Con
frecuencia me preguntan -yo también me pregunto como primer preguntador- cuáles
son las bases en las que se asienta el mundo de la creación literaria en
cualquiera de sus formatos. El esquema se agota, creo yo, en tres guiones
solamente. Algo muy distinto es el desarrollo de cada una de estas tres patas
del banco.
Entre
la memoria, la imaginación y la palabra se reparten el trabajo; en ellas se
esconde todo el material necesario para que, al final, salga horneado un buen
pan o un mal hornazo. La amalgama de la vida, con todos los sucesos simultáneos
y sucesivos, ofrece materia inagotable para que, a partir de ella, la memoria
seleccione, la imaginación altere, cree, recree o multiplique, y para que la
palabra se preste a dar aliento y vida a lo seleccionado. Da igual que el
esquema se aplique a un producto pequeño o a otro más voluminoso, a una simple
metáfora o a la más sesuda creación enciclopédica.
Ayer
se me ofreció un ejemplo clarividente y emocional para mí.
Del
discurrir disperso de la vida y de su fondo inagotable extraigo un día luminoso
y tibio de mediados de noviembre, y un camino hacia Ávila donde me aguardaba mi
familia. Hay paisajes y paisajes. Yo me detengo en este, casi estepario pero
hoy suave y acogedor. Mis sentidos seleccionan los rasgos que más les
convienen. En medio de la llanura se dibujan las murallas de la ciudad y el
paisaje urbano que las rodea. La misma selección interesada. Y, al doblar una
rotonda, la casa donde viven mis hijos. Ahora la selección no deja grietas:
todos caben en ella. Estamos todos juntos y es imagen completa.
Pero
hay algo distinto a otras mañanas. Rubén, el más pequeño de la casa, se siente
más seguro de sí mismo y empieza a sentir ganas de explorar por su cuenta los
pasillos. Unas veces él solo y otras apoyado en una mano que le da cariño, va
descubriendo que puede llegar a todo por sí mismo. RUBÉN SE HA ECHADO A ANDAR.
Fiesta por todo lo alto.
Este
sencillo y milagroso hecho formará ya parte para siempre del poso de los
tiempos. Entre ayer y hoy mismo se han sucedido ya muchas sorpresas diferentes.
Todo sigue sumando. Pero ya para siempre este hecho ha de quedar al servicio de
mi memoria. Cada vez que vuelva a él -y han de ser muchas-, mi imaginación
ayudará a dar cuerpo a la memoria y añadirá algún dato, acaso más confuso pero
no menos tierno, a aquel hecho primero. Por ejemplo, le he de poner a Rubén
alguna fruta en cada mano como balanza de sus pocas fuerzas. Porque lo he visto
así, aunque poco me importe el nombre de la fruta. La memoria y la imaginación
trabajarán juntas, se echarán una mano y agrandarán el mundo a la vez que darán
duración a lo que, de otro modo, se iría por el sumidero del olvido.
Junto
a la memoria y la imaginación, el poder salvador de la palabra, esa masa verbal
que da cuerpo y textura a la memoria y a la imaginación, que actualiza los
hechos, que les concede vida y salvación eterna, ese almacén sin fondo al que
todos podemos acudir para tomar de él los elementos que son vida a la vez y
fundamento de todo lo que queremos que exista. Cualquier formato aguarda para
que quede impreso este hecho milagroso, bien sea como protagonista exclusivo o
como figurante de cualquier otra historia más extensa.
Y
ya la potencialidad de lo que existe, el símbolo gigante del movimiento, el
poder de sentirse capaz de desplazarse y de ir al saludo de las cosas, y el de tocarlas
a todas y el de verlas y olerlas, el de hacerse más alto y más perfecto, el de sentirse
huésped del tiempo y del espacio.
Rubén
solo es ejemplo de lo que ofrece el mundo como campo para la memoria y para que
la imaginación multiplique y potencie nuestras vidas desde la creación con la
palabra.
Eso
sí, para mí, un ejemplo dichoso y sugerente.
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