La
campaña política se agita y los actos se reproducen como las setas en otoño. No
sé si el día primero de campaña oficial no lo habrán dicho todo los candidatos.
Es bueno que se expliquen y que den muestras de su pensamiento y de su manera
de ser; pero todo tiene sus medidas, y, sobre todo, sus tonos. Hoy me interesa
más otra variable.
Hace
tan solo unos días leí una entrevista que le hacían al candidato socialista. Se
le formulaban preguntas de tipo profesional y personal. En un momento dado,
entre otras cualidades, destacó que, para estar en política, hace falta ambición, y él la había tenido desde el
primer día. No debería ponerme más exquisito con los demás que lo que debo ponerme
conmigo, pero no me pasó desapercibida tal afirmación; más bien al contrario,
mi mente dijo “alto” y se quedó en estado de pensamiento. Así que una de las
características del político es la ambición. Vaya, vaya. Mentalmente repasé los
nombres de algunas figuras políticas históricas y, a primera vista, todos se me
representaban ambiciosos. Y no solo eso; me parecía -y me parece- que toda la
tropa de electores, seguidores o acompañantes pedía a su líder esa ambición. No
creo que, en público, mucha gente le ponga reparos a esta característica.
¿Nadie?
Yo sí. Veamos.
Ambición:
“Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama”. RAE.
Hasta
en la definición académica este término está cargado de denotaciones negativas
y personales. Repaso mentalmente la carga de connotaciones que la historia le
ha ido colgando a esta palabra y tampoco me salen demasiadas de corte positivo.
Y, sin embargo, casi todos los políticos son descaradamente ambiciosos.
Acaso
podríamos hablar de dos tipos de ambiciones, según los fines que se persiguen:
una personal y otra colectiva. La primera actúa sobre las metas que el político
aspira a conseguir; la segunda ansía alcanzar metas cuya realidad es la mejora
de toda la masa social que es representada por ese político. ¿Se puede dar una
sin la otra? Con casi total seguridad, no. La dificultad -una vez más- se halla
en la línea divisoria entre ambas, en el punto en el que hay que situar la
línea roja que no ha de ser traspasada.
La
realidad de los partidos tradicionales muestra que aquel que desee “hacer
carrera” tiene que someterse a todo un cursus honorum dentro de la formación
correspondiente. En ese cursus se esconden concesiones, sumisiones, miradas
para otra parte…, y osadías a gogó. Ambiciones personales cuya única meta es el
ascenso personal en la nomenclatura. Si la transposición y la prostitución
intelectual se hacen crónicas, entonces cualquier ambición de las otras, de las
nobles, de las colectivas se pierde en el limbo y se hace casi imposible para
la práctica; el “aparato” se hace tan poderoso, que no hay forma noble de
luchar contra él.
El
otro tipo de ambición, el que se dirige a la mejora del grupo, es más noble y
menos frecuente. Y no creo que, en ese caso, habláramos tanto de ambición como
de servicio; de prestar sin exigencias las capacidades individuales para el
bien común. No sé si, en ese imaginario, la confección de listas y la
asignación de puestos públicos serían tan costosos y tan interesados como
parecen en la práctica.
Y
aún queda un estadio intermedio, aquel que consolida el que asciende desde el
buen sentido a los cargos públicos pero enseguida se transforma en
imprescindible, como tocado por vara divina, y ya no se apea del sillón si no
es a empujones. Para ello va creando una barrera de separación entre él y los
representados cada día más ancha e impenetrable.
Los
peligros acechan, pues, por todas partes. La mejor manera de ahuyentarlos es
prevenirlos con actitudes y aptitudes de servicio y no de medre personal, con
las limitaciones temporales tasadas y con el acompañamiento de un grupo de
colaboradores que sirvan de intermediarios reales y efectivos entre el vértice
y las bases sociales. Se corre el peligro -solo para el ambicioso- de que, en
el grupo de colaboradores, aparezcan mentes y ánimos superiores a los del
“jefe”, pero bendito peligro ese si se sabe entender. Cualquier avance real y
colectivo ha de venir de esa interacción común y nunca de la iluminación de
ningún jefe carismático ni salvador, por más que nuestras inercias nos empujen
a pedir guías y conductores.
No
sé en qué actitud y aptitud andará Pedro Sánchez. Me dejó como en suspenso su
afirmación. A ver si es solo un guiño.
De
las palabras de los representantes del otro partido tradicional de derechas ni
hago mención porque doy por seguras sus ambiciones personales e individuales,
según sus creencias sociales y políticas. Allá ellos.
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