miércoles, 14 de octubre de 2015

RICOS Y POBRES

  
Leo en cualquier medio de comunicación que “el 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto”. La fuente que se cita es Credit Suisse, que no es precisamente una panda de aficionados ni un grupo revolucionario peligroso.
Lo mejor sería no escandalizarse demasiado sino analizar las dimensiones y las consecuencias. No es sencillo ni breve, pero se me ocurren algunas pinceladas.
Para comenzar con la descripción, esto no es nada nuevo, y nadie, por tanto, debería llevarse las manos a la cabeza por esta noticia. Lo único que hay nuevo es que la desproporción sigue en aumento, pero el descalabro, la humillación, el atropello, el desafuero, la inmoralidad… vienen de largo. No tenemos reaños para abrir los ojos y para mantenerlos fijos en la imagen. Tal vez por defensa propia y porque tal escándalo no lo podríamos soportar. Como, a pesar de todo, esa inmensa riqueza circula por un sitio y por otro, cada cual anda intentando acomodarse como puede en el artificio y procurándose un asiento un poco cómodo en el gran teatro del mundo; de maneras diversas, acallamos nuestras conciencias y hasta pedimos que todo cambie, pero para que no cambie nada y volvamos a emprender la carrera loca de la posición privilegiada personal: que se sosiegue la crisis para que YO pueda comprarme una casa, un buen coche, para que pueda pagarme unas vacaciones a la orilla del mar y cuatro cositas más. ¿Y los otros? Ah, eso, cada uno verá… Cambiar todo para que no cambie nada.
Pro volvamos a las puntas del iceberg, a los ejemplos de la exageración, a los casos que nos apabullan por su exceso.
Este 1% que controla prácticamente todo es el que orienta y dirige las grandes decisiones, el que modela Estados, el que regula el comercio, el que decide horarios, el que domina los medios que crean la opinión, el que hace subir y bajar las transacciones, el que en un rato arregla o estropea la vida de millones de personas, el que levanta mitos y regula creencias, el que… controla y dirige la vida de la aldea global. Sus ramificaciones son tan poderosas que, a veces hasta se les escapan de las manos. Poco importa: para eso están los de segunda línea: los gerentes de…, los intermediarios, los testaferros, los esclavos agradecidos, los…
¿Y todo ello en nombre de qué o de quién? Pues aparentemente en nombre de la libertad de comercio, de la libre circulación de capitales, de buenas operaciones comerciales, de trabajo y esfuerzo continuados, y de mil gilipolleces similares. Si hace falta -que suele hacer falta para acallar la conciencia del más necesitado- lo adoban todo con gotas de religión, de la tradicional o de la más moderna llovida desde los medios de comunicación.
Así, el ser normal, que debería ser igual a todos, sencillamente por el hecho de ser persona, se jibariza, se empequeñece, se anula, se acobarda, se apoca, se desalienta, se abate… Y, o se retira a sus cuarteles de invierno personales y a su pequeño mundo, o se acomoda como puede al sistema para sobrevivir haciéndole el juego al propio sistema, o se rebela y toma la calle y otras cosas.
Porque el meollo es el sistema, estas leyes de mierda que nos hemos dado, o que hemos permitido permaneciendo en silencio mientras se promulgan, y esta convivencia basada en el éxito personal mentiroso pues nunca se parte en igualdad de condiciones y todo queda invalidado por esta desigualdad de origen. La clave está en las ideas, en la filosofía que sustenta a este sistema.
Pero cambiar el sistema, y más sabiendo que otras experiencias tampoco parecen el paraíso, no resulta sencillo. Y ahí entra en canguelo e invaden la duda y la vacilación.
Si al menos no perdiéramos de vista el panorama, para limarlo cada día y para no engañarnos con la limosna y el mercadillo limosnero de un día aislado…

Otra vez refresco las palabras recientes de Emiliano Tapia: “Hay pobreza porque hay riqueza”. Traducir el alcance de esta expresión no es difícil, pero implica pensar en otra sociedad y en otra escala de valores.

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