lunes, 19 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA?


Hay días en los que me da por lo obvio, tal vez porque no exista nada más real ni asequible para moldearlo y para sentir la impresión de que acaso en esta realidad mostrenca y próxima en el espacio y en el tiempo es en la que algo se puede proponer y hasta cambiar con la palabra y con la acción directa. ¿O acaso ni en este contexto se puede?
Porque la realidad es que, en el ámbito más general, ese de la aldea global, el de los medios de comunicación como pastores de la opinión y de las costumbres, uno se siente impotente y desanimado, incapaz y apartado en la cuneta de todo camino. En ese mundo general, uno cree dialogar con un interlocutor que no conoce, que se esconde detrás del plasma y que no te permite el intercambio de opiniones ni el diálogo.
El caso (se me había deslizado en las teclas la palabra “caos”, y no sé si no tenía que haberla dejado tal cual) es que vivo en una ciudad pequeña y estrecha de orientación y creo que de ideas; en una realidad geográfica determinada; que cada día me muevo, y se mueven mis convecinos, en un radio espacial pequeño; que cada día la gente se encuentra por la calle y se saluda; que en las tiendas se coincide y se expresan opiniones; que hay lugares comunes para el paseo y costumbres que se comparten; que hay colas de todos y para todos, y no solo la del paro; que a los entierros y a las bodas acuden personas conocidas; y que, en fin, no se entiende la vida de unos sin el quehacer diario de los otros. Incluso la mía, que salgo poco por ahí y cada vez me recluyo más e mí mismo y conmigo mismo. Es verdad que hay un flujo y un reflujo que va y viene desde fuera hasta aquí y que se marcha desde aquí hacia afuera, pero el poso se queda por estas lomas y por las personas que las habitan día a día, con sus costumbres, con sus manías, con sus ilusiones y con sus desilusiones.
Pienso de vez en cuando si en esta comunidad no se podría construir una reflexión acerca del mejor comportamiento de todos, una ética local que favoreciera el entendimiento entre los vecinos y que nos alzara un poco a respetar las actuaciones de todos y a levantar un palmo la mirada hacia unos mínimos de respeto y unos ideales de felicidad. De sobra sé que una ética “local” parece un contrasentido; pero sería algo así como intentar trasladar un esquema de comportamiento general y darle cuerpo y aplicación en unas calles, en unos paisajes y en unas costumbres que sí son específicas de estas tierras. Cualquier cosa con tal de hacer pensar a todos y a cada uno de nosotros. Cualquier empeño, por estrafalario que a primera vista pudiera parecer, si con él diéramos cuerpo y naturaleza a una reflexión serena y sencilla que nos ayudara a mirarnos a la cara con otro empeño más común y positivo. No con el ánimo de enseñar a nadie, sino con la intención de que nos enseñemos todos a todos, de crear una ética y una moral positiva y no restrictiva, englobadora y no separadora, animosa y no de castigo y de recelo.
Este asunto de la ética y de la moral nos sugieren enseguida los mundos de la educación y de las iglesias. Parece una evidente equivocación pues debería concitar la curiosidad y hasta el esfuerzo de todos y en todas las ocasiones y edades. En ello nos va en quehacer diario, la calidad de vida y el sentido de la misma, pues no es lo mismo recelar del vecino que verlo como un ser que merece la pena y que comparte con cada uno de nosotros espacio y tiempo, es decir, vida. Si la supiéramos vivir en positivo…

Casi me estoy comprometiendo a crear al menos un índice de ética social. ¡Quién me mandaría a mí empezar este formato de reflexión…!Yo salgo muy poco, pero se verá…

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