Por
eso, la primera gran pregunta puede ser la de si merece la pena educar
moralmente a las personas.
Hace
tan solo unos años, una persona muy allegada me manifestaba sus dudas acerca de
la mejor forma de educar a su hija. Y tenía la osadía (y la deferencia) de
pedirme consejo. El asunto es muy amplio y contiene muchas variables, pero me
atreví a resumir: “Déjale como enseñanza y como herencia tu ejemplo de vida”.
Entre
las verdades universales que ya no tienen marcha atrás, se halla la idea de
dejar a las generaciones venideras un futuro mejor. No sé si siempre ponemos
los mejores medios, pero sí mostramos con ello la convicción de que nuestro modo
de estar en la vida puede y debe tener unas reglas y unos comportamientos.
Estamos aceptando entonces la necesidad de una ética determinada, de un
compendio de normas que moldean nuestro carácter y que nos conducen a una vida
mejor y más beneficiosa para todos. Esa es una de nuestras principales ventajas
frente al resto de los animales: podemos reflexionar y modificar nuestras
conductas hasta hacer normal aquello que al principio podría parecernos extraño
y dificultoso.
Enseguida
aparece en el horizonte la educación, la educación para ordenar las ideas, la educación
para hacer costumbre y norma unos valores, la educación para algo, la educación
en valores, esa que tan contradictoriamente predican algunos pero que luego
niegan en la práctica.
Tradicionalmente,
la enseñanza se ha dividido en aquello que llamábamos ciencias y letras. La
distinción, con toda la carga de prejuicios a sus espaldas, desgraciadamente
sigue utilizándose. Cuando el período de educación termina y se sale a la vida
(en realidad toda la vida es educación), entonces aquello de las letras y de
las humanidades en el día a día ni se plantea: todo son ciencias; o mejor,
habilidades para ganar dinero, sin darle importancia a los valores que
sustentan la vida de cualquier persona. Por otra parte, en las etapas más
modernas, los adelantos técnicos, aquellos que desarrollan las habilidades
técnicas, han crecido exponencialmente y muchos esfuerzos se sitúan al amparo
de su desarrollo. Curiosamente hemos pasado del homo sapiens de nuevo al homo
fáber. Nuestra ciudad de Béjar, además, posee una larga tradición de
maquinismo, fundamentalmente textil, y de actividad manual obrera, hoy
desgraciadamente tan venida a menos.
Nadie
niega la importancia de estas habilidades manuales y técnicas: ellas sirven
para crear riqueza, que, si es bien distribuida, trae bienestar para todos,
libera tiempo y permite el acceso a bienes de consumo que hacen más agradable
la vida. Pero no se descubre nada especial si se hace notar que el ser humano
lo es sobre todo por su capacidad para reflexionar y por el desarrollo
sostenido de otro tipo de habilidades, las llamadas habilidades sociales y
morales. Esas son las que realmente nos convierten en verdaderos ciudadanos, en
participantes activos de una comunidad que merece la pena.
Una
aplicación inmediata para favorecer en Béjar el desarrollo de este tipo de
habilidades sociales podría ser el de ayudar a la manifestación en público de
todas aquellas actividades que no se ejecutan precisamente para ganar dinero
sino para alcanzar una realización personal más completa y placentera. La
reflexión y las habilidades sociales tienen que ver con la música, con la
palabra, con la pintura, con las discusiones serenas y razonadas, con el
intercambio de opiniones, con el desarrollo de asociaciones, con el fomento de
las artes en general, con la apertura de locales públicos, con la puesta en favor
de todos de nuestra emisora municipal, con no premiar las cualidades naturales
físicas sino las adquiridas con el esfuerzo y con la constancia, con no poner
pegas a las iniciativas de los más solidarios, con no ocultar la realidad - por
más que esta no sea la mejor-, con propiciar que todas las edades se sientan
útiles, con la apertura de los locales para el desarrollo de actividades
físicas, con… En el fondo, con la configuración de una escala de valores en la
que todos entendamos que hay algunos principios fundamentales que nos tienen
que regir y que todos vamos a fomentar con entusiasmo, porque todos somos
comunidad y todos nos vamos a aprovechar sanamente de ellos.
Se
trata, como se ve, de acercarse a la vida en positivo, no desde la desconfianza
ni desde la desigualdad, desde el respeto y no desde la suspicacia ni desde el
recelo, desde un deseo de libertad pero buscando siempre la igualdad para no
engañarnos unos a otros.
En
la vida del ser humano, no es verdad que todo lo que no son cuentas son cuentos;
en realidad, lo más noble del ser humano está precisamente en eso que muchos en
nuestros días creen que son cuentos.
A
las generaciones venideras tenemos muchas cosas que legarles, y no es lo menos
importante unos modelos de comportamiento, o sea, una ética de valores. Vaya si
merece la pena intentar modelar moral y éticamente a las personas: es acaso
nuestra más noble misión. Así nos convertiremos en seres que merecen la pena,
en personas de verdad, en seres realmente libres.
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