En varias
ocasiones me he pronunciado acerca de la importancia que el dominio de la
fonética tiene en cualquier nivel de la expresión lingüística, tanto en los
niveles teóricos como en los de expresión oral de cada día. Creo que se tomaba
poco en serio este asunto en nuestras universidades. Ya no puedo dar fe de lo
que ocurre ahora. Al fin y al cabo, todo tiene una base fisiológica y la
comunicación oral no tiene otra base que no sea una suma de sonidos
articulados. Cuando a ese sonido articulado se le asocia una imagen mental que
es capaz de contener la idea que de una realidad tenemos, entonces el milagro
ya se ha producido. Alguna vez he dicho que acaso este ha sido el principal
hito de progreso en el ser humano; desde ese momento somos dioses menores y
portadores de la llave del milagro.
Mi nieto
Rubén tiene apenas trece meses y hace tan solo unos días me regaló uno de estos
milagros incipientes, que se harán costumbre y realidad a medida que vaya
creciendo. Yo conservaré para siempre el recuerdo de este instante.
Esta es la
escena: Las siete y media de la tarde. Ávila. Paseo por los jardines próximos a
su casa. Qué gloria verlo pedir su parte de helado con gestos y chupar con
codicia su contenido. Vuelta hacia casa. Los abuelos tienen que despedirse para
regresar. Sara quiere jugar aún un poco en un recinto en el que hay columpios y
un tobogán. Sus padres acceden. Sus abuelos gozarán un ratito más con la
presencia de sus nietos. Sara se adentra en el recinto de juegos y se sube al
tobogán. Rubén la observa desde fuera de la valla de madera. De repente, se
arranca en un grito repetido: ¡Ara, Ara, Ara…! Los abuelos asisten al misterio de
los misterios y se lo comen a besos. A la vuelta, en el coche, no paran de
recordar el hecho y de sentir un placer especial.
Es difícil
determinar en qué grado el bebé, ya casi niño, es consciente de la asociación
entre unos sonidos y lo que estos representan; pero juro que su deseo era el de
asociarse con su hermana, el de entrar en el recinto vallado para participar
del juego, el de llamar la atención para que a él también se le hiciera caso.
Pero hay una base fonética muy sencilla de explicar, la de repetir una vocal
tan abierta como la “a” y la de ayudarla con el sonido tan próximo
fonéticamente a las vocales como la “r”. ¡Ara!, ¡Ara!, ¡Ara! ¿Articulaba
realmente Rubén sonidos? Ahí andaban los primeros intentos, los primeros
vagidos en ese mundo maravilloso de la expresión oral. ¿Era consciente de lo
que hacía? No sé qué contestar, pero sí es seguro que al menos se puede hablar
de alguna relación sencilla y breve.
Entre este
primer intento que me ha regalado Rubén y los que espero que me obsequie a lo
largo de los años, habrá todo un proceso de perfeccionamiento. Espero que el
camino sea largo y provechoso. Yo estaré a la escucha y repetiré también con
energía siempre: ¡Sara!, ¡Sara!, ¡Sara! Y añadiré también: ¡Rubén!, ¡Rubén!,
¡Rubén! Y siempre asociaré a estos sonidos articulados una imagen mental
superlativa y repleta de amor. También espero que ellos me correspondan.
Entonces me sentiré feliz en la fonética.
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