miércoles, 23 de septiembre de 2015

!ARA!, !ARA!



En varias ocasiones me he pronunciado acerca de la importancia que el dominio de la fonética tiene en cualquier nivel de la expresión lingüística, tanto en los niveles teóricos como en los de  expresión oral de cada día. Creo que se tomaba poco en serio este asunto en nuestras universidades. Ya no puedo dar fe de lo que ocurre ahora. Al fin y al cabo, todo tiene una base fisiológica y la comunicación oral no tiene otra base que no sea una suma de sonidos articulados. Cuando a ese sonido articulado se le asocia una imagen mental que es capaz de contener la idea que de una realidad tenemos, entonces el milagro ya se ha producido. Alguna vez he dicho que acaso este ha sido el principal hito de progreso en el ser humano; desde ese momento somos dioses menores y portadores de la llave del milagro.
Mi nieto Rubén tiene apenas trece meses y hace tan solo unos días me regaló uno de estos milagros incipientes, que se harán costumbre y realidad a medida que vaya creciendo. Yo conservaré para siempre el recuerdo de este instante.
Esta es la escena: Las siete y media de la tarde. Ávila. Paseo por los jardines próximos a su casa. Qué gloria verlo pedir su parte de helado con gestos y chupar con codicia su contenido. Vuelta hacia casa. Los abuelos tienen que despedirse para regresar. Sara quiere jugar aún un poco en un recinto en el que hay columpios y un tobogán. Sus padres acceden. Sus abuelos gozarán un ratito más con la presencia de sus nietos. Sara se adentra en el recinto de juegos y se sube al tobogán. Rubén la observa desde fuera de la valla de madera. De repente, se arranca en un grito repetido: ¡Ara, Ara, Ara…! Los abuelos asisten al misterio de los misterios y se lo comen a besos. A la vuelta, en el coche, no paran de recordar el hecho y de sentir un placer especial.
Es difícil determinar en qué grado el bebé, ya casi niño, es consciente de la asociación entre unos sonidos y lo que estos representan; pero juro que su deseo era el de asociarse con su hermana, el de entrar en el recinto vallado para participar del juego, el de llamar la atención para que a él también se le hiciera caso. Pero hay una base fonética muy sencilla de explicar, la de repetir una vocal tan abierta como la “a” y la de ayudarla con el sonido tan próximo fonéticamente a las vocales como la “r”. ¡Ara!, ¡Ara!, ¡Ara! ¿Articulaba realmente Rubén sonidos? Ahí andaban los primeros intentos, los primeros vagidos en ese mundo maravilloso de la expresión oral. ¿Era consciente de lo que hacía? No sé qué contestar, pero sí es seguro que al menos se puede hablar de alguna relación sencilla y breve.

Entre este primer intento que me ha regalado Rubén y los que espero que me obsequie a lo largo de los años, habrá todo un proceso de perfeccionamiento. Espero que el camino sea largo y provechoso. Yo estaré a la escucha y repetiré también con energía siempre: ¡Sara!, ¡Sara!, ¡Sara! Y añadiré también: ¡Rubén!, ¡Rubén!, ¡Rubén! Y siempre asociaré a estos sonidos articulados una imagen mental superlativa y repleta de amor. También espero que ellos me correspondan. Entonces me sentiré feliz en la fonética.

No hay comentarios: