El azar (a
falta de otras precisiones) junta compañeros desconocidos y crea compañeros de
viaje que jamás pensaron en subirse al mismo tren, el mismo día y a la misma
hora. Entonces, esa especie de insistencia en la certeza te lleva a considerar
algo que, si no, pasaría en tono gris y sin relieve.
1.- Hace
menos de 48 horas mantenía una conversación nocturna en mi terraza que giraba
en torno al valor, la función y la estructura de eso que se llama fuerzas de
seguridad (guardia civil, policía, ejército).
2.- Ayer y
esta misma mañana he dedicado unas horas a leer el libro de un teniente del
ejército expedientado. El libro se llama “Código rojo”. Su autor es Luis
Gonzalo Segura.
3.- Este
mediodía he oído en un canal de televisión la noticia de que, en un pueblo
cercano a Madrid, el ejército goza de un campo de golf gratuito o casi, y lo
justifican como lugar para la convivencia y la cura del estrés. Así, como si
nada.
Este asunto
reconozco que me “pone”. Me pone nervioso, quiero decir. Todo viene de muy
atrás y la explicación es un poco larga. Pero estamos en el siglo veintiuno y
habría que suponer que algo tendríamos que haber evolucionado.
¿Cómo podría
yo hacer entender a un capitán general cualquiera que no es más que un obrerito
que trabaja a mi servicio, que vive de mis impuestos y que todo lo que tiene
que hacer es servir su puesto con decencia, cobrar a fin de mes y someterse,
como cualquier otro obrerito, a las vicisitudes que la vida nos va marcando a
todos? ¡Un obrerito más, como otro cualquiera de la construcción o de la
enseñanza! ¡Un obrerito más! Y, de ahí para abajo, todos en el mismo paquete:
los mandos, los oficiales, los suboficiales, los soldados y el sursum corda.
Y yo también,
por supuesto.
Y es que la
estructura piramidal en la que se mueven no les facilita mucho la labor; más bien
acentúa esa marca de separación y de ordeno y mando que conduce a tantos
desaguisados ocultos que parece que da miedo mentar.
El libro de
Luis Gonzalo, “Código rojo”, me parece que tiene escaso valor literario, pero
presenta una panoplia de elementos y de casos, apenas disimulados, de
encubrimientos, de sobornos y de laminación de casi cualquier derecho, que no
hacen otra cosa que certificar esa opinión negativa que aquí se apunta.
Y se apunta
hacia lo peligroso de la estructura, no de las personas en particular, entre
las que seguramente habrá gente cabal y gente poco recomendable, como en
cualquier otra profesión. Lo malo es que, en ese camino de desajustes y de
acciones inconfesables, se deja en el olvido tal vez a parte de lo mejor de la
energía y de las personas que no se someten a tanto ordeno y mando sin control.
Las últimas palabras del personaje Guillermo son estas: “Notó desangrarse la
escasa literatura que le quedaba y cómo una intensa sensación de derrota
rellenaba todas las arterias de su cuerpo hasta llegar a su propio corazón. “El
triunfo de los mediocres”, se dijo cercenado, sin saber si sería capaz de dar
un paso más en el endemoniado universo en el que habitaba. “Es el inevitable
triunfo de los mediocres”.
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