miércoles, 19 de agosto de 2015

MIS OBRERITOS



El azar (a falta de otras precisiones) junta compañeros desconocidos y crea compañeros de viaje que jamás pensaron en subirse al mismo tren, el mismo día y a la misma hora. Entonces, esa especie de insistencia en la certeza te lleva a considerar algo que, si no, pasaría en tono gris y sin relieve.
1.- Hace menos de 48 horas mantenía una conversación nocturna en mi terraza que giraba en torno al valor, la función y la estructura de eso que se llama fuerzas de seguridad (guardia civil, policía, ejército).
2.- Ayer y esta misma mañana he dedicado unas horas a leer el libro de un teniente del ejército expedientado. El libro se llama “Código rojo”. Su autor es Luis Gonzalo Segura.
3.- Este mediodía he oído en un canal de televisión la noticia de que, en un pueblo cercano a Madrid, el ejército goza de un campo de golf gratuito o casi, y lo justifican como lugar para la convivencia y la cura del estrés. Así, como si nada.
Este asunto reconozco que me “pone”. Me pone nervioso, quiero decir. Todo viene de muy atrás y la explicación es un poco larga. Pero estamos en el siglo veintiuno y habría que suponer que algo tendríamos que haber evolucionado.
¿Cómo podría yo hacer entender a un capitán general cualquiera que no es más que un obrerito que trabaja a mi servicio, que vive de mis impuestos y que todo lo que tiene que hacer es servir su puesto con decencia, cobrar a fin de mes y someterse, como cualquier otro obrerito, a las vicisitudes que la vida nos va marcando a todos? ¡Un obrerito más, como otro cualquiera de la construcción o de la enseñanza! ¡Un obrerito más! Y, de ahí para abajo, todos en el mismo paquete: los mandos, los oficiales, los suboficiales, los soldados y el sursum corda.
Y yo también, por supuesto.
Y es que la estructura piramidal en la que se mueven no les facilita mucho la labor; más bien acentúa esa marca de separación y de ordeno y mando que conduce a tantos desaguisados ocultos que parece que da miedo mentar.
El libro de Luis Gonzalo, “Código rojo”, me parece que tiene escaso valor literario, pero presenta una panoplia de elementos y de casos, apenas disimulados, de encubrimientos, de sobornos y de laminación de casi cualquier derecho, que no hacen otra cosa que certificar esa opinión negativa que aquí se apunta.

Y se apunta hacia lo peligroso de la estructura, no de las personas en particular, entre las que seguramente habrá gente cabal y gente poco recomendable, como en cualquier otra profesión. Lo malo es que, en ese camino de desajustes y de acciones inconfesables, se deja en el olvido tal vez a parte de lo mejor de la energía y de las personas que no se someten a tanto ordeno y mando sin control. Las últimas palabras del personaje Guillermo son estas: “Notó desangrarse la escasa literatura que le quedaba y cómo una intensa sensación de derrota rellenaba todas las arterias de su cuerpo hasta llegar a su propio corazón. “El triunfo de los mediocres”, se dijo cercenado, sin saber si sería capaz de dar un paso más en el endemoniado universo en el que habitaba. “Es el inevitable triunfo de los mediocres”.

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