lunes, 10 de agosto de 2015

LOS ESTRATEGAS DE GUARDIA


             
Supongo que en estos días de asueto general, alguien habrá quedado de guardia pensando en cómo hacer frente a la mayor dificultad que se le ha presentado a esta piel de toro peninsular en las últimas tres centurias, exceptuando tal vez las guerras. Se trata del asunto catalán y todas sus implicaciones y consecuencias. La suerte parece que está echada y las cartas andan repartidas para empezar a pujar, a envidar y a echar órdago a todos los palos del mus.
Ojalá la solución sea la mejor para todos, aunque no parece que el horizonte se muestre limpio sino lleno de nubes que amenazan tormenta.
El asunto viene de lejos y la cuerda se ha estirado tantas veces, que, ahora, cualquier descuido la rompe en trozos. Las leyes regulan la convivencia de las comunidades, pero solo lo pueden hacer de manera satisfactoria cuando esa convivencia existe con anterioridad y los individuos que componen esa comunidad se han mostrado conformes y hasta ilusionados en hacer efectiva una sociedad de intereses y de ilusiones. De otra manera, el derecho es solo imposición y poco soluciona a largo plazo. No hay pueblo que se mueva si no es con alguna ilusión común, con algún proyecto colectivo y sin algo de orgullo por pertenecer a esa sociedad. Y todo esto se logra en el día a día, en la suma de pequeñas cosas, en la valoración de los símbolos, en la explicación común de la historia, en algunas prácticas compartidas con calor…
La historia de esta piel de toro más bien da muestras continuas de todo lo contrario. Aquí todos hemos sacado pecho en la separación y nos hemos alegrado poco en lo común. Hemos formado poca sociedad, poca historia común. Hemos atizado continuamente el fuego de lo particular y de la distinción, de lo singular frente a lo más amplio y general. Y no habría muchas posibilidades de contrarrestar estos hechos si los que los practican lo hicieran con serenidad y sin exclusiones, con un poco de humildad y sin demasiadas exhibiciones. ¿Quién puede entrar en los sentimientos de cada uno?
Pero no es menos cierto que todo se cultiva o se deja en baldío, se enciende o se apaga, se agranda o se empequeñece, se idealiza o se vulgariza, se transforma en aristocrático o en mostrenco y grosero. En términos jurídicos, se podría decir que la costumbre termina haciendo ley natural colectiva, esa que luego acoge sin dificultad los preceptos de la ley positiva si se ajusta a desarrollar la primera.
Lo contrario es más complicado, pues, desde la ley, resulta difícil la imposición antinatural. El período de transformación de la ley en costumbre, de ver algo extraño como algo espontáneo en lo que la conciencia de esa imposición se haya perdido, resulta mucho más largo y siempre deja un poso de desconfianza entre los ciudadanos.
Cada cual tendrá que examinar su función y tendrá que dar cuentas de la actitud que haya mantenido, no ahora, sino durante todo el pasado.
Nunca he comprendido los nacionalismos, pero tampoco los quiero negar, sobre todo si el sentimiento es espontáneo y no forzado, si no es producto de resentimientos y mucho menos de episodios mal entendidos y peor explicados. A nadie se le puede obligar a sentarse a una mesa en la que no quiere participar. Pero, si me excluyen, tampoco pueden pedirme que me alegre y que baile la sardana. La sociedad, o la hacemos desde la buena voluntad y desde el empeño común, desde un futuro compartido con alegría y sin reticencias, o lo dejamos para mejor ocasión.

La estrategia es siempre ocasional, pertenece a las soluciones momentáneas. No sé en qué estarán pensando los estrategas de uno y otro bando. La sociedad se construye día a día y tiene plazos largos y mucho más fructíferos; y esa la tenemos que construir entre todos desde la convivencia positiva. Andan los tiempos revueltos para casar las dos posibilidades. Veremos.

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