Uno de los
recursos más utilizados por cualquier creador poético es el de la METÁFORA.
Pero su uso no es exclusivo del poeta; son usuarios los novelistas, los
predicadores, los músicos…, y cualquiera de los humanos en el habla de cada
día. La única diferencia entre el hablante de la calle y el creador lírico es
el de la abundancia y el de la consciencia en el uso de este recurso que
multiplica la realidad y la transforma de manera absolutamente milagrosa. El
ratón de las mesas de ordenador, como palabra, no es más que una metáfora
sencilla y de andar por casa, que no engrandece a nadie en su uso ni en su
abuso… Somos, pues, todos fabricantes y usuarios de metáforas, aunque no todos
seamos creadores literarios.
Algo
diferente es su definición exacta, su catalogación, su taxonomía, sus
variantes, sus gradaciones…; ahí el mundo se hace complejo y confuso, y su
dominio ya es negocio de particular juicio. Cuando me toca hablar de ella, de
manera general, me gusta nombrarla simbólicamente reina de la fiesta, de la
fiesta de la creación literaria, por supuesto. Hay muchísimos recursos más que
acompañan formalmente en la concreción de la idea en la literatura, pero esta
es amplia, llamativa, hermosa, altiva, sorprendente…
Practicar un
ejercicio de metáforas es como hacer manos en el piano o en la guitarra, como
entrenar antes de la carrera, o como tomar unos entrantes antes de una buena
cena. Después hay que situarlas en el texto, pues ni esta reina sirve ni se
exhibe si no es en un contexto determinado; pero los hallazgos pueden ser
individuales y silenciosos, aislados e inesperados. Con algún hallazgo de este
tipo, sea en forma individual o en un texto amplio, el creador ya se siente
aprovechado, se alza como un pequeño dios y alcanza la satisfacción que se
produce cuando ha surgido algo que hasta ese momento estaba oculto y olvidado, “esperando
la mano de nieve…”
Siempre
quedan espacio y realidad como para dar con algo desconocido, pero lo normal es
la humildad y la conformidad con el uso no demasiado manido de la metáfora; y
hasta con la satisfacción y el orgullo de repetir lo que otros antes han
expresado con aquella metáfora que al creador le haya producido satisfacción. “Nuestras
vida son los ríos que van a dar…” ¿Por qué no sentirse contento con repetir su
uso, por ejemplo? ¿O “la tarde” como declinar de tanta cosas?
Y para la
clase siguiente se pueden dejar los tipos y los detalles: A, B; B, A; A de B; B
de A; A es B; metáforas con relativo; metáforas con verbos… U otros de tipo
conceptual: Vivificación y humanización; Deshumanización (hacia lo animal,
hacia lo vegetal, hacia lo mineral); Abstracción de lo concreto; Imagen cinestésica;
Imagen desrealizadora; Imágenes de lo cotidiano; Imágenes religiosas…
Hace un par
de días, un teórico y creador de la literatura me decía, en plena cima de la
sierra de Béjar y casi entre la niebla que se había asomado a la Ceja, que no
era posible andar mezclado en el mundo de enseñanza de la literatura sin
escribir y crear algo, y que no hay mejor forma de enseñar qué es una metáfora
que creando alguna. No me descubría nada que no firmara yo mismo.
Así que
intentemos un ejemplo para salir hoy de la ventana predicando con el ejemplo: “Tus
labios de silencio alborozado”. No le pongo destinataria porque entonces se
estropea el misterio y no hay ni metáfora ni nada que merezca la pena en la
creación, pues sin pálpito y conmoción no importa nada más. Pero se verá que
hemos ido desde lo concreto (“labios”), hacia lo abstracto (“silencio alborozado”).
Le buscaré un
contexto. Pero será otro día.
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