jueves, 11 de junio de 2015

VIDAS PARALELAS

      
Porque los ojos ven y las papilas gustativas gustan; porque los oídos se dejan encantar por los cantos de sirena de las cosas y el aire está compuestos de aromas viajeros… Y la inteligencia posee la capacidad de la abstracción y de las consecuencias, de la imaginación y de la creación perpetua…
El ser humano está hecho para la felicidad y todo roce que le aparte del camino que lleva hacia ella debe ser suprimido y olvidado. El proceso debe estar encaminado hacia la perfección y no hacia la contaminación, hacia la pureza y no hacia la confusión, hacia lo nuclear y no hacia las periferias.
A veces la mañana me sorprende paseando las aceras y los parques, dando roce a las cosas y abstrayéndome de ellas, y viendo cómo hay personas que parecen andar -pido perdón por esta expresión- privadas del don de la gracia y fámulos sin sangre de la rutina gris de cada hora. Los días se consumen en horas que son cápsulas cerradas para el tiempo y que imponen sus reglas sabidas y mostrencas. Nada altera los ritmos y nada sobresale para sorprender la inercia y las costumbres. Lo que la norma indique, la norma general de la costumbre, la de la mayoría amorfa y maleable; y también la otra norma, la de la ley escrita que desmocha la vida y la enaniza.
Tal vez eso moleste a otras conciencias, preparadas acaso para abrir sus ventanas y dar rienda y camino a las fuerzas sin doma de la imaginación, deseosas de la gracia y de la suerte del descubrimiento, ansiosas por seguir el camino de peregrinaje hacia la soñada felicidad, seguras del regalo insuperable de la vida.
Pero a esas gentes sosas, sin empuje, sentadas en la silla del destino por una casualidad desconocida, no parece importarles la tormenta ni el viento de la tarde; nada roza su espíritu si no es aquello que la añeja costumbre les señala como único camino en su diario. Hay gentes que vegetan, como el pino en el bosque, que crece si la lluvia riega el suelo que pisa, o se añeja en los soles y en los fríos porque así lo pide la ley más primitiva.
¿Son, entonces, felices esas gentes? Su roce con el mundo es un roce suave, que no duele, que pasa porque pasa y cesa cuando cesa porque la fuerza deja de empujarlos. Y nunca pasa nada en sus conciencias.
¿Y las otras personas, las del dolor y grito en las conciencias? ¿Son ellas más conscientes del don inigualable de la vida y de que la ocasión resulta única para asirla y violarla con pasión absoluta y sin descanso?

Tal vez todos debiéramos sentir como una herida la fuerza y el regalo de la vida, el milagro insuperable de estar en pie, de poder dar salida a la conciencia y a la creación continua de la imaginación. Ni un minuto de pérdida, ni una hora de descanso, sin ningún tiempo muerto en el partido de la vida, con la conciencia hirviendo, con la imaginación como eje que potencia nuestros actos. Y hacer y más hacer en nosotros mismos, ser pozos de frescura y de conciencia, paisajes absolutos decorados con el deseo de un bosque bien umbroso, reclamo de armonía y fanales de luz para nuestros deseos más íntimos, creadores al fin de nuestro mundo, el único real más que las cosas, el más auténtico de todos los auténticos, la conciencia superior y luminosa del ser más verdadero.

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