Hoy no tengo el paisaje: lo he
perdido. O tal vez se conserve desdibujado y lento, amarillo y grisáceo,
dormido en el retiro de las últimas sensaciones. Porque ya se pasó la
primavera, esa corta edad en la que mi contacto con el mundo se me hace más
inmediato, más carnoso y táctil, más visual y sabroso; en la que mi roce con la
vida natural se me hace menos personal y más de las cosas, en la que me puede
lo exterior y me desnuda de mi yo más íntimo.
Cuando no es primavera, dejo
que desde mí mismo y en mí mismo se acreciente y se solidifique la vida más
auténtica, aquella que depende solo de mi imaginación, que nace en mí mismo y
que muere en mí mismo, en las sensaciones que sueño y que construyo. Entonces
el mundo es como yo lo fabrico, las cosas son más reales y más puras y todo se
somete a mi voluntad; nada me impide caminar por un prado verde o por un campo
asolado pues poseo territorios infinitos en los que desparramarme y en los que
deshacerme.
En la primavera me pueden los
campos y me pueden sus cualidades no creadas por mí; me apabullan los colores y
me subyugan los cantos impacientes de las aves; yo soy la recepción, pero no la
creación; mi roce con las cosas me empequeñece y me hace menos yo, y también me
contamina y me degrada, me hace más voluble y menos consistente, más asustadizo
y menos fuerte.
Lo que siento para las cosas
lo siento de la misma forma para mi contacto con las personas. Una conversación
es también un despegarse, una acomodación al otro, un fingimiento de lo más
personal y único, una cesión de lo auténtico para asentarse en un nivel de
relación y no de expresión pura y sin complejos, una vida que es algo menos
vida que la simplemente soñada, personal y sentida, imaginada solamente y sin
polución.
Sería tal vez más noble no
salir del nivel de las simples y cristalinas sensaciones, del poder infinito de
las intuiciones, del fanal transparente en el que se encierra la luz y no se
abre para nada ni para nadie, del núcleo inatacable y oculto, de la nada
absoluta.
Todo es contaminación y
alejamiento, todo mezcla y mixtura descompuesta, todo roce y dolor,
desasimiento y cese, disminución y cambio, impureza y desconcierto… Y no sé si
la vida es más vida en la soledad y en el único poder de la imaginación.
Se enfadarán Aristóteles y
Ortega, se tirarán de los pelos casi todos los filósofos y se armarán de ira
los dioses más diversos. Y acaso lo hagan con razón. Pero es que la razón tal
vez no sea tal si se sale de sus cauces más singulares y se va de paseo a
rozarse con la aplicación y el caso como ejemplo. No sé. Tal vez no sea más que
un momento de una sensación de indefinida desilusión o un desconcierto vago en
una tarde de tormenta y de fresco en el interior del calor, de música callada
en medio de los ruidos y un no sé qué que se me difumina en el ambiente. Tal
vez.
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