miércoles, 10 de junio de 2015

TAL VEZ


Hoy no tengo el paisaje: lo he perdido. O tal vez se conserve desdibujado y lento, amarillo y grisáceo, dormido en el retiro de las últimas sensaciones. Porque ya se pasó la primavera, esa corta edad en la que mi contacto con el mundo se me hace más inmediato, más carnoso y táctil, más visual y sabroso; en la que mi roce con la vida natural se me hace menos personal y más de las cosas, en la que me puede lo exterior y me desnuda de mi yo más íntimo.
Cuando no es primavera, dejo que desde mí mismo y en mí mismo se acreciente y se solidifique la vida más auténtica, aquella que depende solo de mi imaginación, que nace en mí mismo y que muere en mí mismo, en las sensaciones que sueño y que construyo. Entonces el mundo es como yo lo fabrico, las cosas son más reales y más puras y todo se somete a mi voluntad; nada me impide caminar por un prado verde o por un campo asolado pues poseo territorios infinitos en los que desparramarme y en los que deshacerme.
En la primavera me pueden los campos y me pueden sus cualidades no creadas por mí; me apabullan los colores y me subyugan los cantos impacientes de las aves; yo soy la recepción, pero no la creación; mi roce con las cosas me empequeñece y me hace menos yo, y también me contamina y me degrada, me hace más voluble y menos consistente, más asustadizo y menos fuerte.
Lo que siento para las cosas lo siento de la misma forma para mi contacto con las personas. Una conversación es también un despegarse, una acomodación al otro, un fingimiento de lo más personal y único, una cesión de lo auténtico para asentarse en un nivel de relación y no de expresión pura y sin complejos, una vida que es algo menos vida que la simplemente soñada, personal y sentida, imaginada solamente y sin polución.
Sería tal vez más noble no salir del nivel de las simples y cristalinas sensaciones, del poder infinito de las intuiciones, del fanal transparente en el que se encierra la luz y no se abre para nada ni para nadie, del núcleo inatacable y oculto, de la nada absoluta.
Todo es contaminación y alejamiento, todo mezcla y mixtura descompuesta, todo roce y dolor, desasimiento y cese, disminución y cambio, impureza y desconcierto… Y no sé si la vida es más vida en la soledad y en el único poder de la imaginación.

Se enfadarán Aristóteles y Ortega, se tirarán de los pelos casi todos los filósofos y se armarán de ira los dioses más diversos. Y acaso lo hagan con razón. Pero es que la razón tal vez no sea tal si se sale de sus cauces más singulares y se va de paseo a rozarse con la aplicación y el caso como ejemplo. No sé. Tal vez no sea más que un momento de una sensación de indefinida desilusión o un desconcierto vago en una tarde de tormenta y de fresco en el interior del calor, de música callada en medio de los ruidos y un no sé qué que se me difumina en el ambiente. Tal vez.

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