martes, 2 de junio de 2015

SONIDOS


¿Cuál es el sentido que se pone en contacto con la vida en primera línea de batalla y antes de que los demás conformen nuestras relaciones con lo otro: la luz, el oído, el tacto…? No sé muy bien cuál de ellos, o si todos a la vez.
El sonido, sin embargo, me da noticia de las cosas, me viene anticipando, como cartero alegre, lo que me espera y lo que me va a visitar, es un buen vagido de la sinfonía que me aguarda. En los sonidos, y aún más en el silencio (otra forma sublime de sonido), encuentro como la entrega incondicional de los seres y el ofrecimiento de su presencia.
Pero hay sonidos en todos los niveles y en todas las direcciones. Hay sonidos que me llegan de fuera: de los niños que juegan distraídos en la plaza; de los coches; del portazo inevitable del vecino; de una conversación en la escalera de alguien que se demora innecesariamente y que comunica lo que no quiere comunicar; del ascensor que ruge cuando se pone en marcha; del cartero llamando siempre a mi timbre… Otros son interiores y se mezclan con los que vienen de fuera: los pasos en el suelo del pasillo, un vaso que se cae, el teléfono, la escoba y la fregona, la mesa y las sillas en la terraza, el agua en su gluglú, la radio por las noches y el ruido inconfundible de la tele que no se agota nunca, e incluso algunos que hacen el camino desde el interior del cuerpo hacia el exterior de las habitaciones.
Me da la impresión continuada de que casi todos estos sonidos son prescindibles, o al menos de primer escalón. Y no es verdad, porque ellos son también la vida y sus murmullos, el martilleo continuo que me recuerda la existencia de las cosas. Con ellos tengo que convivir y a ellos tengo que acomodarme si quiero formar parte de lo que me rodea.
Pero hay luego otros ruidos con más afinada melodía que también me visitan y me convocan a otros registros diferentes y más sabrosos. También de fuera y de dentro: el sonido acordado del saxo de mi vecino cuando por las mañanas desgrana melodías de amor a su esposa, el rumor que me llega desde el río en la corriente que se va sin parar, la eterna sinfonía de las aves en el cielo en los buenos días de verano, el gorjeo eterno de los pájaros que se posan en las ramas y hacen del paseo en el campo un concierto musical al aire libre; o la música que tantos ratos me ocupa en mi casa, esa música en la que cabe todo pero en la que hago un espacio mayor para los cantautores y para lo eternos clásicos; o el  tintineo de la lluvia, que me hace pensar en mis visiones del tiempo y del espacio, el viento en mis ventanas, siempre formando bulla…
Ahora mismo escucho música clásica española, y este sonido medido y estudiado me transporta y me aquieta a la vez, me provoca sentimientos encontrados y me abre un álbum completo de sensaciones personales y colectivas.
Y el último escalón de la pirámide, el sonido más hondo y más selecto, el que procuro escuchar con más atención y el que más me ofrece: ese, exactamente ese: EL SILENCIO. La mejor articulación del sonido se halla en el silencio, la mejor armonía la esconde la quietud y la falta de relato sonoro.
Paso muchas horas solo y en silencio en casa. Y estoy feliz con ello. Si quiero, puedo oír y escuchar todos los ecos que del silencio se desprenden. Son muchos y afinados. Solo tengo que dejarme llevar por sus acordes, poner fino el oído y abrir mis sensaciones. Allí y entonces, “la música callada, la soledad sonora”. Con la ayuda de este almacén de cenestesias se me van los días y las horas, dejo al ralentí mi pensamiento y me dejo anegar por una especie de dispersión de la voluntad que me diluye y a la vez me eleva y me concentra.
Después, el sube y baja hacia los otros sonidos, todos conformadores de la vida, aunque con un afinamiento un poco diferente.
Cada ser compone la sinfonía de su vida, cada uno con un ritmo personal y con unos compases diferentes, pero todos en el decorado y en el patio de butacas del espacio y del tiempo. Me gustaría ser un poco más melómano.
Hoy me ocupa por entero una canción, la de los años de mi nieta Sara, con todos sus compases

y con todos los acordes, que forman una melodía para mí insuperable.

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