Alonso Quijano, el Bueno, harto ya de estar harto, cansado
de pasar las noches en blanco y los días
en negro, hidalgo en una aldea perdida de la Mancha, desconocido de todos y
acaso apreciado solo de algunos, pero rechazado por casi todos…, cansado, en
fin, de su roce desmigado y pobre con la vida real, aquella que le imponían las
leyes, sus vecinos y todos los contextos en los que tenía que sobrellevar su
medio siglo de vida, resulta que decidió un buen día “salir del armario”
metafóricamente y reinventarse en un personaje que solo obedecería a su
imaginación: el ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha. Solo desde aquel
momento fue realmente libre y ejerció de lo que le salió del corazón, sin
atender a nada ni a nadie, sino solo a lo que su imaginación le exigía. Alonso
Quijano se convirtió en un impostor, en un bendito impostor. Fuera convenciones
y fuera lecturas que le daban hecha toda la vida.
Todos somos Alonso Quijano en
nuestra vida diaria, nos sometemos a las limitaciones que por todas partes se
nos imponen, y estas limitaciones nos empequeñecen, nos hacen menos nosotros,
nos empujan de un lado para otro como muñecos de feria movidos por las manos
caprichosas de todos los demás.
Alguna vez tendríamos que ser
también todos Don Quijote, saltarnos las normas que nos atan e inventarnos una
vida en la que los protagonistas reales fuéramos cada uno de nosotros, esa vida
en la que los ideales quepan sin cortapisas ni moderaciones inventadas y
caprichosas, al servicio siempre de los que ya están instalados y no quieren
que el árbol se mueva, ni siquiera con una suave brisa que refresque las ramas
y que sanee el bosque.
Hay dos realidades bien
distintas y acaso inevitables ambas: la realidad externa de cada día, y la
realidad que seamos capaces de inventar y de proponer desde nuestra imaginación.
La primera está siempre ahí y depende sobre todo de los demás, de todos esos
otros que nos rodean, que crean nuestros contextos y nuestras circunstancias,
esas que nos definen y que nos conforman. En alguna ocasión he defendido, más
allá de la afirmación de Ortega, que el ser humano es solo “su circunstancia”. Y
no me apeo de ello. Cuando defiendo eso, estoy pensando en el día a día, en el
roce continuo con las cosas, en toda la imposición social, en la obligación que
tenemos de compartir los espacios y los tiempos por más que nos apartemos y
pidamos soledad con insistencia. La otra realidad, la de la imaginación, la que
nos hace más libres y más verdaderos, también existe, es más personal y tan
necesaria como la del roce con las cosas; en esta libertad imaginativa, las
normas las ponemos nosotros mismos, el mundo es creación nuestra y todo tiene
cabida en ella; es más auténtica y más intensa porque es la que en realidad
queremos vivir y vivimos con más intensidad. De poco sirve que después se
cumpla en mayor o menor porcentaje: en nuestros propósitos ya se está realmente
viviendo, y es por eso por lo que es más verdadera.
Yo no sé si ambas vidas hay
que conjugarlas en el mismo tiempo o si hay que dividirlas por etapas, como
hizo Alonso Quijano; tampoco sé en qué porcentaje hay que vivir una o la otra. En
realidad, no sé casi nada de nada. Pero contemplo a Alonso Quijano y después
contemplo a don Quijote. Y no hay color: me quedo con el caballero, con sus
ilusiones, con su impostura hecha realidad más densa, con su mundo imaginario
lleno de buenos propósitos y de utopías aparentemente inalcanzables, pero ya
reales en el momento de la concepción, porque la realidad es el camino, no la
meta.
Cuando Don Quijote se “apartó”
de su “locura”, vencido por aquel caballero de la Blanca Luna, y volvió a la
aldea, no le quedó ninguna opción sino la de morir. Volver de la bendita
impostura de la imaginación no permitía seguir en un nivel tan disminuido como
el de la vida “real” diaria de la aldea, por más que, en su lecho de muerte,
afirmara en su última simulación: “Yo fui loco y ya soy cuerdo”.
Bendita locura la de este
hombre, que fue capaz de salirse de su vida mostrenca y de sus libros para
crearse él mismo su propia vida y sus propias aventuras vitales.
Buen ejemplo para todos nosotros.
Desde luego para mí.
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