La práctica y la experiencia
personal me enseñan reiteradamente que, cuando uno anda ocupado en asuntos que
implican actividad externa, y esta, además, se realiza con gusto, la creación
espera pacientemente hasta que el tiempo vuelve a dejarte en soledad y en
rutina, en espacios aislados y en ritmos personales.
Mis hijos y mis nietos han estado
conmigo durante unos breves días (siempre son breves para mí). Y… no he sentido
ninguna necesidad de sentarme ante el ordenador para expresar ningún esbozo de
idea. Todo se me ha ido en ellos y con ellos; en verlos tan alegres y contentos;
en sentir que la vida les sonríe, y a mí con ellos; en constatar que el tiempo
sigue inexorable su camino y los va conformando sin grandes sorpresas, salvo la
de su hermosura y sus ansias por abrirse a la busca del misterio; en comprobar
también que no es el mismo el ritmo en el que andamos corriendo los mortales, y
en que hay que acompasar esos empujes para alcanzar un poco de armonía… En fin,
en ver que la vida sigue y que te toca de manera intensa y que tú le tienes que
estar agradecido sin dobleces.
¿Cómo imaginar un beso con los
cientos que yo les he dado a mis nietos, Rubén y Sara, durante estos días? Cualquier
simulación en la palabra sería demasiado pobre. ¿Para qué imaginar cualquier
comida si he compartido todo en la mesa abastada de mi terraza? ¿Qué podría
decir de cualquier niño si he andado mucho rato en el balbuceo de Rubén, en su
deseo continuo de intentar los primeros pasos por los pasillos, en la
complacencia de Sara en sus palabras, en sus dibujos o en sus ratos intensos de
piscina? ¿Qué tengo yo que decirle a la vida si a quien antes tengo que decírselo
es a mis hijos y los he tenido al lado para hacerlo? ¿Y cómo ver más feliz a
Nena en su agotamiento que entre sus hijos y sus nietos también?
No, no. Vivir es la mejor
escritura. Sobre todo si se vive con intensidad y la vida te permite alguna
sensación que se parezca a eso que llamamos la felicidad. Es verdad que la
creación te ofrece el privilegio de hacer crecer la vida a tu antojo y a tu
sola medida y conveniencia. Tampoco es menos cierto que en la creación a nadie
molestas pues todo es el producto de la imaginación y tú allí lo eres todo para
dolerte y para gozarte.
Pero esa realidad de estos últimos
días en mucho se parece a esa otra tan libre de la imaginación. A mí me ha la
robado totalmente y yo en nada he sentido su falta ni su ausencia.
En realidad hoy la echo en
falta y me refugio en esta de mi creación propia. Solo, con tiempo caluroso,
con el silencio oscuro del pasillo donde ayer Rubén ensayaba sus pasos con mi
ayuda, donde Sara cantaba sin complejos y donde todos íbamos de un sitio para
otro sabiéndonos muy cerca.
Para tenerlos cerca hoy me
apoyo en el débil valor de la palabra. Menos mal que su pobreza se ve mejorada
con el deseo de que pronto se pueblen de nuevo los pasillos y yo deje las
teclas otro poco. Mientras tanto, los traeré en mis palabras para que me hagan
compañía y pueda pasar con más empeño estos calores densos que me agobian y me
dejan tocado y apocado.
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