Con este lema trabajó siempre
Montaigne, el creador del ensayo, allá por el S XVI. No sé muy bien si
traducirlo como una simple pregunta o como una expresión de duda ante cualquier
planteamiento o desarrollo de idea que se proponga. De hecho, el mismo llegó a
expresar su duda sobre el valor de las verdades exactas, para quedarse, más
humildemente, con la verosimilitud de las aproximaciones. En todo caso, sus
ensayos -que, por otra parte, tengo que decir que no me acaban de convencer- se
mueven en el intento del autor de abrirse en canal a sí mismo, en la aceptación
de que no es poco conocerse algo más a uno mismo, para que, tal vez, desde ese
conocimiento, se pueda llegar a un mejor conocimiento del resto de la realidad.
A mí, la renuncia al intento
de alcanzar algunas verdades permanentes no me acaba de satisfacer pues me
parece que termina siendo peor el remedio que la enfermedad. Cuando uno se
complace en lo que le sucede y acaba entendiendo que “tendrá que ser así”, está
abriendo el camino, no solo para la diversidad de verdades -algo tal vez muy
interesante-, sino además para que el mejor situado mantenga esa posición como
algo verdadero. A él no le iba mal desde su posición social y económica. No
estoy seguro de que, desde una posición más necesitada, se tengan las cosas tan
claras.
Si no nos sujetamos a algunas
ideas comunes duraderas, todo está expuesto al libre comercio y al cambio
momentáneo, a la invalidez de lo permanente y a la bondad de lo pasajero, con
tal de que este alcance el éxito de los números.
Me basta abrir los ojos y los
oídos, mirar a la caja tonta, escuchar la radio o leer cualquier medio escrito
para observar que el valor de las cosas ahora mismo viene dado por el éxito
comercial que haya adquirido. La bondad y la maldad se miden en dólares, en
visitas alcanzadas en la red o en el número de unidades vendidas en el
escaparate del comercio. Todo está sometido a la cantidad de seguidores y ya no
hay nada que se pueda medir por sí mismo, por sus cualidades o por sus
deficiencias, por los razonamientos que incorpore o por la flojera mental con
la que está construido. La moralidad y la ética se han instalado en el valor
absoluto de las sumas y de las alharacas y ruidos sociales. Es la ética del número
la única realmente importante, y el éxito es la variable absoluta. Nadie puede
negar la bondad de tal o cual programa, por ejemplo, si sus seguidores son legión.
Y, si aún queda la duda en voz baja de que acaso esto no debería ser así, los
medios ya se encargan de perder el pudor y de destacar que el suceso X destaca
porque deja en la ciudad no sé cuántos millones de euros. Ese es su verdadero
valor, y la noticia no está en el suceso sino en el valor añadido que
incorpora.
Cualquiera puede defender la
bondad o la maldad de este asunto. Yo no tengo capacidad para decidir por
nadie. Pero no es esto lo más importante. Lo esencial es que con ello se
produce un cambio en la escala de valores que acarrea todo un sinfín de
consecuencias en la convivencia y en el desarrollo de las sociedades, descabala
los sistemas y nos instala en un todo vale con tal de que conceda réditos. No
estoy seguro de que realmente seamos conscientes de ello. Tal vez porque este vértigo
en el que estamos instalados no nos concede ni un respiro para pararnos a
pensar un rato. ¡Qué sé yo…! Que sais-je…
No hay comentarios:
Publicar un comentario