viernes, 17 de abril de 2015

MENTES RACIONALES Y MENTES RELIGIOSAS



Y, a pesar de todo, la mente sigue débil e imperfecta. Aquel “solo sé que no sé nada” sigue vigente y se agiganta cada día en la paradoja de cada adelanto y de cada descubrimiento. Pero, sobre todo, se mantiene intacta la insistencia del ser humano en buscar un punto de apoyo definitivo, una verdad universal, una meta que acoja toda sensación de bienestar y de felicidad.
Por ahí es por donde asoma el empeño, tal vez imposible, de la idea de Dios, en ese inconformismo que se convierte en necesidad, o en esa necesidad que se torna inconformismo. Por eso desde siempre la idea de Dios y su definición a partir de cualidades, que aspiran a ser definitivas (omnipotencia, omnisciencia y creación), para que se sustente a sí misma y para que dé fe de todo lo que al ser humano se le va apareciendo en la vida.
A lo largo de la Historia se han intentado argumentos diversos (ontológico, cosmológico…) en los que la razón ha aspirado a fundamentar el concepto último, el concepto de los conceptos, la idea racional de Dios. El fracaso ha sido evidente, tal vez porque las dimensiones y  los niveles son sencillamente incompatibles: ¿cómo la mente humana, pobre y quebradiza, puede llegar al concepto universal y supremo? Poco importa que ese concepto sea creación humana o que le venga dado hasta su escasa capacidad. Tal vez por eso, han aparecido las religiones, esas adaptaciones curriculares a la debilidad humana para ver si con ellas podía progresar y conseguir algún objetivo, sobre todo el objetivo del consuelo y de la compasión entre los iguales. Es entonces cuando las religiones ocupan el lugar de la mente y se hacen presentes en la Historia.
Pero, como la mente no descansa y es felizmente un culo de mal asiento, sigue dando la matraca tratando de dar explicación racional a todo ese mundo, ya diseño y explicación de otros elementos que no son precisamente racionales.
La mezcla de razón y de fe produce monstruos, pero nunca se sabe si su separación no los produce también. Y ahí andan luchando siempre entre ellas, robándose reglas, exhibiendo luchas y guerras monstruosas, planteando dudas y exigencias a asuntos tan escabrosos como el asunto de la existencia del mal, o simplemente entregándose a caminos que no se conocen ni se cruzan siquiera. Por el medio nos cuelan el asunto del libre albedrío, como mezcla entre razón y fe, como carga encima de las espaldas humanas para que, además, se llene de responsabilidad ante cualquier decisión mal tomada; y no solo por nosotros mismos, porque hay sátrapas famosos que encima nos hacen cargar con la losa de un pecado original para que andemos asustados y pidiendo disculpas todo el día.

Qué embrollo esto de la relación entre razón y fe, entre mente y religión. La modernidad se resume en el avance y la separación entre razón y fe. No sé en qué grado de modernidad nos hallamos, ni sé tampoco si la modernidad tiene o no tiene regresión y vuelta atrás. Tal vez sería mejor echarse a la calle y darle campo a la razón para ver cómo se comporta en el día a día. También esta incursión en la teoría debería entenderse como aplicación a lo inmediato y más cercano. También en estos terrenos tienen su riego la mente y el impulso, la razón y la fe. Y también los malos o los buenos entendidos. Bajar de la teoría a la práctica, de lo abstracto a lo concreto y menudo es un buen ejercicio de razón. O al menos de humanidad, que tal vez sea la misma cosa.

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