Pues venga, a la calle, a
olvidarse de esos elementos misteriosos y de otras dimensiones menos humanas, o
al menos a dejarlos descansar para que no den más guerra de la imprescindible,
y a concretar el uso de la mente en la vida diaria.
Porque vivir es convivir,
tocar piel y rozarse, intercambiar razones, mojarse de la lluvia del ambiente,
entender el valor de la circunstancia. Y ahí empiezan la lucha y la
controversia, ahí están los veneros de cualquier filosofía política. ¡Y este
año todo él es electoral! Y aunque no lo fuera, hay que salir a comprar el pan
a la esquina, darse una vuelta por las calles paseando, y hablar, sobre todo
hablar.
No conozco otra fórmula de
expresión política que aquella que aboga por darle más importancia a la libertad
del individuo frente al estado, o la contraria, la que se preocupa por
corregir, mediante la imposición legal impuesta por la comunidad en el contrato
social que representa el cuerpo legislativo, las deficiencias y las
desigualdades que inevitablemente crea la primera concepción. La nomenclatura
en estos tiempos es muy clara: liberalismo o socialismo. En diversas
intensidades, por supuesto. Ambas concepciones abordan el cumplimiento de los
mismos conceptos (justicia, igualdad, libertad) desde posiciones y caminos
distintos.
Como sucede con cualquier
cuerpo de doctrina (lo de los abusos y las incompetencias tal vez lo propicie
el sistema, pero no debería impedirnos ver el bosque), si está bien razonado,
aporta elementos de verdad y elementos de debilidad mental. Por ejemplo,
supongo que hasta el más radicalmente liberal estará dispuesto a poner alguna
línea roja a esa concepción, si no espera que todo se convierta en la ley de la
selva. Y, de la misma forma, seguro que el socialista estará tentado de
establecer los mismos hitos para que la fuerza del Estado no anule la libertad
del individuo. ¿Dónde situar esas líneas? Ojalá fuera la mente y no el impulso
el que nos acercara a ellas, con sosiego y con tino, con mirada alta y con
elementos de razón.
Los liberales (quiero decir
los liberales que razonan y usan la mente) se apoyan en los principios del
estado neutral y del daño que causa su intervención, separan radicalmente lo
público de lo privado y aceptan como mal menor la desigualdad que produce la
aplicación de esta doctrina. Me río yo de estos principios, primero porque no
soy capaz de concebir al individuo real aislado, y segundo porque no me animo a
participar en una ideología que ya da por inevitable la desigualdad. Pero ahí
están, dominando por todas partes y sosteniendo una parte del mundo que no es
la menos deseada. Algo de bueno habrá en esta ideología que yo no alcanzo a vez
con nitidez. Porque la defensa de unos derechos en teoría está muy bien, pero,
si no se producen y se aplican en un plano de igualdad, todo es mentira y
falsedad.
Por el otro lado, los
socialdemócratas pretenden proporcionar a los ciudadanos igualdad de
oportunidades, a pesar de reconocer que los resultados no van a ser los mismos
en ningún caso. Por eso justifican limitar algunas libertades individuales con
tal de no descabalar la armonía de la comunidad y de no consentir desigualdades
escandalosas.
No conozco más variantes.
Tampoco creo que las haya, aunque las variantes en cada concepción sean
abundantes.
Después aparecen los elementos
de segundo o de tercer orden, importantes a primera vista, sobre todo para el
morbo de la primera media hora, pero que no nos deberían ocultar el camino
ancho y alargado de la mente, de la mente política, esa que mira al ser humano
en comunidad y que quiere un futuro siempre mejor en igualdad de oportunidades
y en libertad.
Siempre he simplificado este
asunto con la metáfora de una carrera. Si no se sale del mismo punto en
igualdad de oportunidades y esa igualdad no se mantiene en el camino
(socialdemocracia), todo lo que viene después es mentira. Del mismo modo, si no
nos esforzamos todos de una manera similar, no podemos exigir igualdad de
oportunidades con coherencia y honradez, ni concebir los mismos resultados para
todos (liberalismo).
Ambos razonamientos creo que
están cargados de razón, pero tengo para mí que en el orden cronológico, va
antes la igualdad de oportunidades que el esfuerzo desigual. Por ello, si algo
merece la pena en la mente política, es aplicarse a ayudar para que esa
igualdad de oportunidades se cumpla en todo lo posible, para que la vida no se
convierta en una pantomima y en un teatro trágico insoportable. Cada cual
decidirá.
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