sábado, 18 de abril de 2015

MENTES POLÍTICAS




Pues venga, a la calle, a olvidarse de esos elementos misteriosos y de otras dimensiones menos humanas, o al menos a dejarlos descansar para que no den más guerra de la imprescindible, y a concretar el uso de la mente en la vida diaria.
Porque vivir es convivir, tocar piel y rozarse, intercambiar razones, mojarse de la lluvia del ambiente, entender el valor de la circunstancia. Y ahí empiezan la lucha y la controversia, ahí están los veneros de cualquier filosofía política. ¡Y este año todo él es electoral! Y aunque no lo fuera, hay que salir a comprar el pan a la esquina, darse una vuelta por las calles paseando, y hablar, sobre todo hablar.
No conozco otra fórmula de expresión política que aquella que aboga por darle más importancia a la libertad del individuo frente al estado, o la contraria, la que se preocupa por corregir, mediante la imposición legal impuesta por la comunidad en el contrato social que representa el cuerpo legislativo, las deficiencias y las desigualdades que inevitablemente crea la primera concepción. La nomenclatura en estos tiempos es muy clara: liberalismo o socialismo. En diversas intensidades, por supuesto. Ambas concepciones abordan el cumplimiento de los mismos conceptos (justicia, igualdad, libertad) desde posiciones y caminos distintos.
Como sucede con cualquier cuerpo de doctrina (lo de los abusos y las incompetencias tal vez lo propicie el sistema, pero no debería impedirnos ver el bosque), si está bien razonado, aporta elementos de verdad y elementos de debilidad mental. Por ejemplo, supongo que hasta el más radicalmente liberal estará dispuesto a poner alguna línea roja a esa concepción, si no espera que todo se convierta en la ley de la selva. Y, de la misma forma, seguro que el socialista estará tentado de establecer los mismos hitos para que la fuerza del Estado no anule la libertad del individuo. ¿Dónde situar esas líneas? Ojalá fuera la mente y no el impulso el que nos acercara a ellas, con sosiego y con tino, con mirada alta y con elementos de razón.
Los liberales (quiero decir los liberales que razonan y usan la mente) se apoyan en los principios del estado neutral y del daño que causa su intervención, separan radicalmente lo público de lo privado y aceptan como mal menor la desigualdad que produce la aplicación de esta doctrina. Me río yo de estos principios, primero porque no soy capaz de concebir al individuo real aislado, y segundo porque no me animo a participar en una ideología que ya da por inevitable la desigualdad. Pero ahí están, dominando por todas partes y sosteniendo una parte del mundo que no es la menos deseada. Algo de bueno habrá en esta ideología que yo no alcanzo a vez con nitidez. Porque la defensa de unos derechos en teoría está muy bien, pero, si no se producen y se aplican en un plano de igualdad, todo es mentira y falsedad.
Por el otro lado, los socialdemócratas pretenden proporcionar a los ciudadanos igualdad de oportunidades, a pesar de reconocer que los resultados no van a ser los mismos en ningún caso. Por eso justifican limitar algunas libertades individuales con tal de no descabalar la armonía de la comunidad y de no consentir desigualdades escandalosas.
No conozco más variantes. Tampoco creo que las haya, aunque las variantes en cada concepción sean abundantes.
Después aparecen los elementos de segundo o de tercer orden, importantes a primera vista, sobre todo para el morbo de la primera media hora, pero que no nos deberían ocultar el camino ancho y alargado de la mente, de la mente política, esa que mira al ser humano en comunidad y que quiere un futuro siempre mejor en igualdad de oportunidades y en libertad.
Siempre he simplificado este asunto con la metáfora de una carrera. Si no se sale del mismo punto en igualdad de oportunidades y esa igualdad no se mantiene en el camino (socialdemocracia), todo lo que viene después es mentira. Del mismo modo, si no nos esforzamos todos de una manera similar, no podemos exigir igualdad de oportunidades con coherencia y honradez, ni concebir los mismos resultados para todos (liberalismo).

Ambos razonamientos creo que están cargados de razón, pero tengo para mí que en el orden cronológico, va antes la igualdad de oportunidades que el esfuerzo desigual. Por ello, si algo merece la pena en la mente política, es aplicarse a ayudar para que esa igualdad de oportunidades se cumpla en todo lo posible, para que la vida no se convierta en una pantomima y en un teatro trágico insoportable. Cada cual decidirá.

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