En todo caso, y en cualquiera
de sus variantes, busquemos mentes para razonar y para un comportamiento ajustado
a los criterios razonables de una conducta propia del ser humano.
Siempre me ha gustado afirmar
a quien me ha querido escuchar que solo existen dos métodos para el ejercicio
racional. Y lo he mostrado con un ejemplo visual e inmediato. Método deductivo:
Existe una ley de la gravedad; suelto un bolígrafo y se cae; lo vuelvo a hacer
y el resultado es el mismo…; la ley de la gravedad queda demostrada. Método
inductivo: suelto un bolígrafo y se cae al suelo; lo vuelvo a hacer y se vuelve
a caer… Seguro que existe una ley general que explica este fenómeno; la
llamamos ley de la gravedad. Y así desde un silogismo sencillo hasta el tratado
más denso y alargado. Cada método tiene, por supuesto, sus ventajas y sus
inconvenientes. Su mezcla parece lo más productivo y racional.
Después ya vienen las
falacias, esas equivocaciones y desajustes a la hora de aplicar estos dos
métodos de razonamiento. Y hay falacias de todo tipo: la de relativizar todo y
quedarse en el medio del camino con aquello de que “para ti será falso, pero
para mí es cierto”; o la de pensar que el argumento de autoridad equivale a la
verdad; o la tontería de pensar que un juego no empieza siempre como si nunca
se hubiera jugado (la lotería); o la sucesión de hechos como causa y
consecuencia obligatoria; o el echar toda la culpa a la herencia familiar; o la
de pensar que un hecho va a desencadenar por necesidad un proceso; o el dar por
supuestas cosas desconocidas; o el descubrimiento de la falsedad con el modelo
de los contraejemplos; o el intento -quizá inútil- de definiciones canónicas…
Tal vez sea lo más razonable y
el mejor empleo de nuestra mente racional aquel que nos conduce sencillamente a
un grado racional de razonabilidad. Desde la mente, como desde la creencia, no
está mal defender aquello que se nos ofrezca como algo suficientemente
razonable como para ser defendido y para ser practicado.
No sé por qué, pero, al final,
casi todos los razonamientos me conducen al sentido común y a la buena
voluntad. Al sentido común como elemento intermedio entre lo más razonable y lo
más irrazonable, y la buena voluntad para paliar precisamente todas esas
carencias y faltas de certeza y de seguridad.
Tal vez con este esquema
dibujado en las últimas ventanas estaríamos en condiciones de pensar nuestra
vida, de darle algún sentido (si es que lo tiene), y de no gastar demasiado
tiempo en disputas inútiles y vanas, todas esas en las que se nos van las
energías hasta el grado de dejarnos vacíos y enfadados con nosotros mismos y
con los demás.
Porque aseguro que estos
esbozos, si sirven, sirven para el filósofo más concentrado, para el religioso
más enclaustrado, para el político más célebre, para el científico más
reconocido, para el personaje público más seguido… Pero sobre todo sirven para
la persona normal de la calle, para el ciudadano de a pie, para el ser humano
simplemente.
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