Porque la mente no sigue los
parámetros de la demoscopia ni se rige por los minutos de telediario, sino que
camina medio escondida, hacia adentro y en busca no del aplauso sino de la
verdad, esa región mítica y acaso inalcanzable que siempre se le escapa aunque
siempre se muestra como amante hermosa.
Por eso, las mentes que se
dibujaban en los recuadros anteriores son marginadas y marginales. Al menos
hasta que el tiempo reposa y otras mentes, con la serenidad del poso que da el
tiempo, vuelven sobre ellas y las descubren, las sacan a tomar el sol y algunos
de los otros terminan agradeciendo su postura y su caminar.
Se es marginado por la
colectividad, que manda al margen a quien le molesta, a quien critica la escala
de valores establecida, a quien no se deja llevar por los moldes de la moda y a
quien defiende su pensamiento con serenidad pero trabando causas y
consecuencias, por más que vayan contra el sentir -que no el pensar- de la
mayoría. El todopoderoso sistema de valores se encarga de mandarles el margen
del olvido y del abandono. ¡Y posee tantas fórmulas…! Unas son silenciosas,
otras bulliciosas e impúdicas, las más no solo marginan sino que además lo
hacen pregonando su poder y su extrañeza porque se manifiesten otras
posibilidades de encarar la vida. En la Historia solo apuntan unas cuantas
lanzas y se oculta todo un ejército de soldados valientes y marginados.
Repasarla es el mejor argumento para comprobar si es cierta la afirmación.
Marginal es otra cosa; es lo
que carece de importancia, lo de categoría secundaria, lo de menor calado, lo
prescindible… En alguna medida, aquello que es marginado podría parecer que
queda en el campo reducido de lo marginal. Pero esto solo es momentáneo. De
nuevo el tiempo suele hacer arder aquello que estaba apagado para que quien
quiera se caliente a la lumbre y no pase frío. Lo hará siempre lejos del aire
del día y de la ocurrencia del momento. Son, por tanto, conceptos bien
distintos.
Sería bueno, por ello, o mejor
menos malo, ser mente marginada. Y tomarlo con calma y no morir en el intento.
La verdad, o la aspiración a ella, que tal vez sea la misma cosa, es muy terca
y tiene unos pilares relativamente sólidos, de esos que resisten las primera
envestidas del instinto y a la ceguera que provocan los rayos del sol cuando
dan muy de frente.
Ser mente marginada no es la
mejor salida, pero es la menos mala, la que apunta más lejos, la que sabe que
hay días y más días, que el ser humano es siempre un aspirante a salvarse a sí
mismo desde sus propias fuerzas y, a la vez, a reconocerse siempre débil y
provisional, necesitado de los demás, asombrado y perplejo en ese afán continuo
por hacerse más humano y más dueño de su propio destino.
Son muchísimos los que han
sido mentes marginadas, y aparentemente marginales. No importa. Son ellos los
faros, los que indican el camino menos malo, los que han alzado siempre la
mirada para ver un poquito más allá del diario. Con la precaución necesaria
para no invalidar el argumento de autoridad, hay que volver a ellos y a su
ejemplo. Aunque no anden en listas ni ganen elecciones, ni ganen campeonatos ni
ocupen minutos en los medios de comunicación. A mí me gustaría acogerme al
calor de esos nombres y de esos ejemplos, a la fuerza de esas mentes hechas
para razonar y para mejorar en lo posible el discurrir tranquilo por la vida.
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