jueves, 2 de abril de 2015

LOS NOVIOS DE LA MUERTE



Quisiera comprender -y no comprendo- la historia y las esencias de la Semana Santa. Al menos de cierta Semana Santa, esa que se echa a la calle paseando el dolor y el sufrimiento, el miedo y la zozobra.
En Málaga hay cada año un grupo de legionarios que pasea al Cristo de Mena entre aplausos y fervor de los asistentes. En Sevilla sucede algo parecido. Con el Cristo alzado, brazo en alto, cantan con aparente entusiasmo su canción de cuerpo: Soy el novio de la muerte. Nada menos que los novios de la muerte. ¿De qué muerte? ¿Por qué buscan la muerte? ¿Hay algo que merezca una muerte buscada?
No conozco -ni quiero conocer- el texto de este himno que ya con el título me deja perplejo y lleno de desasosiego. Cuando los veo con el Cristo en alto y siguiendo el compás que marca la canción, pienso en cuál será su interés y cuál su base para mostrar ese entusiasmo aparente.
La muerte, el Cristo crucificado, el susto y la demostración de no sé qué fuerza y hombría marcan un esperpento y una tragicomedia en medio de la calle que parece representar muy bien el gusto y la escala de valores en los que se sitúa el personal que los rodea, les aplaude y se sumerge con ellos en una especie de catarsis colectiva, aderezada con el paso marcial, la temperatura primaveral y los primeros aromas y explosiones del mundo de la naturaleza.
Porque el espectáculo puede resultar colorido y atractivo, sonoro y marcial; pero uno espera algo más, algún basamento racional en el que el edificio se sostenga y dé para al menos un rato de charla sin la evidencia de que se te venga abajo el chozo con todo su ramaje.
¿Pero qué religión es esa que se regocija con el símbolo de la muerte y que deja como abanderados a aquellos que se proclaman novios de la muerte, que se organizan para las guerras y que nunca han hecho desfilar ni por el patio de atrás alguna manifestación de razón o de sentido común? ¡Pero si por tener tienen por señorita de compañía a una cabra y, cuando van por la calle, parece que van perdonando la vida a sus semejantes!
En mi consideración siempre es más importante lo que rodea al hecho y lo hace posible que el propio hecho. En este caso pienso en la comunidad que acoge, reclama, contempla, aplaude y ensalza a estos legionarios novios de la muerte.
En Valverde de la Vera, los penitentes se ciñen esta noche las sogas de penitencia y se constituyen en “empalaos”; en Navarra sucede tres cuartos de lo mismo; en Zamora se visten los ropajes de la muerte y anticipan por las calles la procesión de su último adiós; y en tantos otros lugares estos días salen de sus casas las muestras más vistosas de una conciencia sórdida en la que sigue latiendo un eco de silencio, de miedo y de misterio.

Y yo sigo mirando. Y no comprendo. Y me gustaría comprender. Pero no puedo. Porque solo concibo la posibilidad de un dios que sea amor y no castigo, alegría y no tristeza, risa y no lloro, liberación y no pecado ni miedo ni susto ni infierno ni dolor. Y mucho menos negocio turístico y bares y hoteles llenos a costa de pretextos religiosos. Tal vez sea mucho pedir. O que mi mente no dé para mucho y se quede, una vez más, en el intento de la comprensión.

1 comentario:

Dionisio García dijo...

«¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!»