Cada año, cuando el mes de
abril se asoma a la casa de su vecino mayo, se nos refresca, a través de los
medios de comunicación, la figura de Cervantes y de su obra inmortal, don
Quijote de la Mancha. El paso del tiempo ha ido trufando fechas y hechos
concretos, unos reales, otros desfigurados y tuertos, que tendría que venir a
desfacer el propio héroe, y algún otro sencillamente inventado a mayor gloria
del autor o de su cortejo literario.
La persona del escritor, con
perdón, no es lo que más nos interesa; y no por faltarle al respeto a su
persona, sobre todo porque, también en él, la principal cualidad sigue siendo
precisamente la de ser persona. Pero es que, ay, el tiempo es el tiempo, esa
bruja que mueve los vientos con su escoba y que desdibuja los hitos y los
contornos para quedarse únicamente con los conceptos y con los símbolos.
Es verdad que la persona de
Cervantes pasó por subidas y bajadas en la vida, que no fue oro todo lo que
relució ante él y que el reconocimiento no le llegó sino cuando ya no le
quedaba apenas tiempo para disfrutar de él. Pero después el camino se abrió y
se ensanchó, y hoy capitanea y abandera el ejército de las creaciones en lengua
española y sirve como ejemplo del que casi nadie se esconde y al que casi todos
jalean y admiran. Sus obras y sus personajes son creación suya y creación de
todos nosotros porque cada uno añade su visión y ayuda con el enriquecimiento
de su interpretación personal. Con todas esas lecturas e interpretaciones se
forma una biblioteca voluminosa en cuyas páginas se esconden ideales, valores,
sueños y desengaños a partes iguales; la vida y la muerte se refugian en ella y
allí nos aguardan para que nos sentemos a meditar y a echar nuestro cuarto a
espadas también.
Cundo el calendario nos
anuncia otro 23 de abril, fecha más del entierro que de la muerte del autor
(pero esto qué más da), se despiertan en algunos los espíritus dormidos y se
pone en marcha una procesión en la que se reivindican todos los valores que
conforman una sociedad menos desigual, más ilusionada, menos apegada al
beneficio inmediato y más aliada con el largo plazo, menos legañosa y más
soñadora, menos conformista y más reivindicativa, menos
egoísta y más generosa… Otra
sociedad y otra España diferentes se alzan en manifestación por el mundo con el
caballero llevando el estandarte y arengando a los manifestantes.
No es fácil saber el número de
asistentes a la manifestación, porque, en estos menesteres, depende mucho de
quién sea el que cuente. Lo que importa es que el símbolo sirva y tenga
vigencia, que la idea permanezca aunque cambien las formas en su encarnadura.
El campo sigue estando ahí, para ser desbrozado, para ser arado, para ser
sembrado, para ser aricado y para ser segado y cosechado. Vamos a ello.
Mañana me iré al campo, a
faldear montañas y admirar valles ya bien floridos en la luz de abril. Le
pediré al caballero que me deje subir a la grupa en su montura, para ir y para
volver, que yo también voy cansado: “Hazme un sitio en tu montura y llévame a tu
lugar… que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar”.
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