miércoles, 22 de abril de 2015

LA PRESENCIA DE CERVANTES


Cada año, cuando el mes de abril se asoma a la casa de su vecino mayo, se nos refresca, a través de los medios de comunicación, la figura de Cervantes y de su obra inmortal, don Quijote de la Mancha. El paso del tiempo ha ido trufando fechas y hechos concretos, unos reales, otros desfigurados y tuertos, que tendría que venir a desfacer el propio héroe, y algún otro sencillamente inventado a mayor gloria del autor o de su cortejo literario.
La persona del escritor, con perdón, no es lo que más nos interesa; y no por faltarle al respeto a su persona, sobre todo porque, también en él, la principal cualidad sigue siendo precisamente la de ser persona. Pero es que, ay, el tiempo es el tiempo, esa bruja que mueve los vientos con su escoba y que desdibuja los hitos y los contornos para quedarse únicamente con los conceptos y con los símbolos.
Es verdad que la persona de Cervantes pasó por subidas y bajadas en la vida, que no fue oro todo lo que relució ante él y que el reconocimiento no le llegó sino cuando ya no le quedaba apenas tiempo para disfrutar de él. Pero después el camino se abrió y se ensanchó, y hoy capitanea y abandera el ejército de las creaciones en lengua española y sirve como ejemplo del que casi nadie se esconde y al que casi todos jalean y admiran. Sus obras y sus personajes son creación suya y creación de todos nosotros porque cada uno añade su visión y ayuda con el enriquecimiento de su interpretación personal. Con todas esas lecturas e interpretaciones se forma una biblioteca voluminosa en cuyas páginas se esconden ideales, valores, sueños y desengaños a partes iguales; la vida y la muerte se refugian en ella y allí nos aguardan para que nos sentemos a meditar y a echar nuestro cuarto a espadas también.
Cundo el calendario nos anuncia otro 23 de abril, fecha más del entierro que de la muerte del autor (pero esto qué más da), se despiertan en algunos los espíritus dormidos y se pone en marcha una procesión en la que se reivindican todos los valores que conforman una sociedad menos desigual, más ilusionada, menos apegada al beneficio inmediato y más aliada con el largo plazo, menos legañosa y más soñadora, menos conformista y más reivindicativa, menos
egoísta y más generosa… Otra sociedad y otra España diferentes se alzan en manifestación por el mundo con el caballero llevando el estandarte y arengando a los manifestantes.
No es fácil saber el número de asistentes a la manifestación, porque, en estos menesteres, depende mucho de quién sea el que cuente. Lo que importa es que el símbolo sirva y tenga vigencia, que la idea permanezca aunque cambien las formas en su encarnadura. El campo sigue estando ahí, para ser desbrozado, para ser arado, para ser sembrado, para ser aricado y para ser segado y cosechado. Vamos a ello.

Mañana me iré al campo, a faldear montañas y admirar valles ya bien floridos en la luz de abril. Le pediré al caballero que me deje subir a la grupa en su montura, para ir y para volver, que yo también voy cansado: “Hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar… que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar”.

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