Creo que fue Alfred North
Whitehead el que escribió esta frase tan lapidaria: “La característica general
más clara de la tradición filosófica europea es que consiste en una serie de
notas a pie de página sobre Platón”. Se le podría responder con aquella
expresión popular de “menos lobos”, pero, solo con que tenga una parte de
razón, nos da idea de la labor ingente del filósofo griego. En realidad, uno,
desde su aproximación limitada al mundo de la filosofía y de las ideas en
general, tiene la sensación de que fue Platón el muñidor de casi todo, de que
seguimos viviendo en occidente a la sombra del árbol que él plantó. Y no solo
en el campo de la filosofía, sino, en buena parte, en el mundo de la religión.
Platón afirmaba (mito de la
caverna en ristre) que el mundo que creemos ver a nuestro lado es solo una
ilusión, y que la realidad verdadera y persistente es la que se oculta detrás
de los sentidos. A su captura solo podemos acudir con la razón. Para intentar
aproximarse a esa realidad “verdadera”, Platón pensaba que esa realidad
concreta contenía “formas” abstractas, que generaban las concreciones de esa
realidad en los objetos. Por eso pensaba que las “formas” son “eternas”, “inmutables”,
más reales que las cosas, y “perfectas”. Después, muchos de los principales
pensadores se han atrevido a echar su cuarto a espadas expresando opinión
acerca de la realidad de las cosas. Por ejemplo Kant, quien afirmaba que la
naturaleza última de la realidad, en principio, no se puede conocer.
En estas escasas líneas no
quiero yo embarcarme en teorías filosóficas ni en pruritos intelectuales. Pero
sí pienso que, bajándose del guindo y echando pie a tierra, esa aproximación a
la realidad tan cautelosa y desapasionada también podría aplicarse a la
realidad más inmediata y mostrenca, a lo que sucede cada día entre nosotros, al
menudeo de cada hora y de cada intercambio, a los eventos consuetudinarios que
acaecen en la rúa y a lo que pasa en la puta calle. Porque hacemos de la
realidad solo lo que nuestro ojo ve, sin pensar que hay otros ojos que también
miran, sin darnos cuenta de que el sabor de un huevo frito satisface a uno pero
echa para atrás al de al lado, sin darnos cuenta de que la realidad es múltiple,
el menos desde la pobreza de nuestras visiones particulares.
Buscar la persistencia de esas
“formas”, intentar acercarse al pie del manantial y no perderse en medio del
río, evocar lo más hondo y permanente, lo que vale y sostiene lo de todos, no
sería mal ejercicio de mente y de razón. Los impulsos nos ciegan y nos lanzan
sin destino seguro. Es verdad que hay que vivir, y que hay que decidir en cada
momento; pero hacerlo sin prisa, con la razón al hombro y alzando la mirada
hacia la línea azul del horizonte no es el peor sistema. A ver si pudiéramos
dar un poco la vuelta a la cabeza en la caverna y ver algo de luz más
verdadera.
Si alguien quiere saber qué
dicen esta líneas, que no se pierda en abstracciones metafísicas, Que se eche a
la calle, que vea las plazas llenas de malos entendidos y de incomprensiones, y
que después aplique, si le place, esta breve consideración.
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