UNA ESQUELA ES ANUNCIO DE LA MUERTE
Sellada en la pared y a media
asta,
entre anuncios diversos,
una esquela es anuncio de la
muerte.
En negro sobre blanco hay unas
señas
que apuntan hacia un nombre y
su familia.
Porque ha muerto un hombre
sin decir nada a nadie, sin
que nadie
se pare a descifrar ningún secreto,
porque ya nada importa. Como
mucho
se escucha un comentario: “era
vecino
de fulano de tal. Que nos
espere
muchos años allá, en el otro
mundo”.
Se muere siempre a solas y en
silencio,
como si todo diera ya lo mismo
y no pasara nada en realidad.
Tal vez una mujer o acaso un
hombre
sollocen a la hora del
entierro,
o una madre se oculte en su
silencio,
masticando el dolor y la
impotencia
por las rosas cortadas a
destiempo.
Nadie sabe si el muerto -¿para
qué?-
dejó muchas preguntas sin
respuesta,
si se fue hacia otra vida
convencido
de lo inútil de hablar de la
esperanza,
o tal vez recibió las
bendiciones
de no se sabe quién ni en qué
momento.
Nadie le guardará ya los
secretos
de los ratos de amor
desperdiciados
(ya no hay ratos de amor ni días
de olvido).
Mañana habrá una misa -es la costumbre-
de corpore insepulto y, a su término,
un amistoso adiós y un
pasamanos
(no olvides la parroquia ni ha
hora
o llegarás muy tarde y la
familia
te echará mucho en falta).
Después, todo al regusto de la
monotonía,
y al ruido de las calles y al
silencio
en las gentes que gritan y
caminan
y suben, bajan, duermen, van y
vienen,
y se dejan llevar por la corriente
de lo que simplemente dicte la costumbre
Morir es tan inútil, tan prosaico,
tan falto de sorpresa, tan
sencillo,
como sencillas son estas palabras
que hoy dibujan la faz de este
poema.
“!Dios mío, qué solos se
quedan los muertos!”
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