lunes, 23 de marzo de 2015

¿TERESA DE JESÚS O JESÚS DE TERESA?


En el “Libro de la Vida”, pronto Teresa de Jesús hace paréntesis para contar sus experiencias acerca de los modos de oración y de los niveles en los que, según su entender, se puede explicar la oración. Así, en el cap. XI, 6, nos dice: “Ha de hacer cuenta el que comienza (la vida de oración), que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa, que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el Señor (…). Pues veamos ahora de la manera que se puede regar (…).
Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras: o con sacar el agua de un pozo; que es a nuestro gran trabajo; o con noria y arcaduces, que se saca con un torno -yo la he sacado algunas veces-, es a menos trabajo que estotro, y sácase más agua; o de un río o arroyo, esto se riega muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no se ha menester regar tan  a menudo y es a menos trabajo mucho del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda dicho”.
A partir de estas palabras, en las que marca, con esta sencilla metáfora, cuatro grados o niveles de oración, explica el significado, las actitudes y los resultados de cada uno de ellos. Son realmente estas palabras el fundamento de toda su vida y de toda su producción, aunque aparezcan intercaladas en la narración de su propia biografía. Aquí se halla la razón de toda la sinrazón, la anulación de cualquier elemento racional y la expresión de la “dejadez” de uno mismo en manos de algún ente real o inventado, que anula por completo la voluntad y las pasiones hasta concentrarlas en una sola: el deseo de unión, de fusión y de desprendimiento de uno mismo. A partir de ahí, los arrobamientos y las consecuencias extrañas en forma visible y menos visible, y los fenómenos paranaturales que adornaros su vida.
El paralelismo con el fenómeno del enamoramiento humano es inevitable, tanto en su mejor versión como en la menos comprensible. Leer a los místicos es pegarse un atracón de sensaciones amorosas, y sus relatos se convierten en un imaginario de elementos de amor y de erotismo de una intensidad extraordinaria. Por eso, su lectura también se puede hacer en los dos niveles, a la vez o por separado. Cada cual elige la mejor manera. Y por eso, a nadie debería extrañarle ninguna de las composiciones poéticas a que dieron lugar estas actitudes. Nadie como san Juan de la Cruz (“En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada…”; “Oh llama de amor pura…”); pero casi a la misma altura, y puesto que hoy tocaba el ejemplo de Teresa: “Ya toda me entregué y di, / y de tal suerte he trocado, / que es mi Amado para mí, / y yo soy para mi Amado”. O este otro ejemplo: “Si el padecer con amor / puede dar tan gran deleite, / ¿qué gozo no dará verte?”. Aquí no hay más que quitar un Cristo y poner otra imagen y el proceso se abre paso solo. Con todo, la composición más sintética y que casi me produce “arrobos” teresianos es esta: “Nada te turbe, / nada te espante; / todo se pasa. / La paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene / nada le falta. / Solo Dios basta”.

Hoy se inaugura una nueva edición de Las Edades del Hombre en Ávila y en Alba de Tormes. En ambas sedes se expondrán escritos, figuras y diversos elementos que tienen que ver con el tiempo y con la persona de Teresa de Ávila, una mujer diferente, que se explica en su tiempo y en sus circunstancias, en los círculos de iluminados y de seres de acceso directo y personal con su Dios, muy peligrosa para la ortodoxia católica del momento y con una intensidad de vida muy grande y llamativa. Como siempre, conocer su obra no es la peor manera de acercarse a su figura, a conocerla y a asentir y a disentir -incluso radicalmente- con sus palabras, con sus actitudes, con sus contextos y con todo lo que aportó, significó y puede seguir significando. 

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