En el “Libro de la Vida”, pronto Teresa de Jesús hace paréntesis para
contar sus experiencias acerca de los modos de oración y de los niveles en los
que, según su entender, se puede explicar la oración. Así, en el cap. XI, 6,
nos dice: “Ha de hacer cuenta el que comienza (la vida de oración), que
comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa, que lleva muy malas
hierbas, para que se deleite el Señor (…). Pues veamos ahora de la manera que
se puede regar (…).
Paréceme a mí que se puede
regar de cuatro maneras: o con sacar el agua de un pozo; que es a nuestro gran
trabajo; o con noria y arcaduces, que se saca con un torno -yo la he sacado
algunas veces-, es a menos trabajo que estotro, y sácase más agua; o de un río
o arroyo, esto se riega muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no
se ha menester regar tan a menudo y es a
menos trabajo mucho del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor
sin trabajo ninguno nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que
queda dicho”.
A partir de estas palabras, en
las que marca, con esta sencilla metáfora, cuatro grados o niveles de oración,
explica el significado, las actitudes y los resultados de cada uno de ellos.
Son realmente estas palabras el fundamento de toda su vida y de toda su
producción, aunque aparezcan intercaladas en la narración de su propia
biografía. Aquí se halla la razón de toda la sinrazón, la anulación de
cualquier elemento racional y la expresión de la “dejadez” de uno mismo en
manos de algún ente real o inventado, que anula por completo la voluntad y las
pasiones hasta concentrarlas en una sola: el deseo de unión, de fusión y de
desprendimiento de uno mismo. A partir de ahí, los arrobamientos y las
consecuencias extrañas en forma visible y menos visible, y los fenómenos
paranaturales que adornaros su vida.
El paralelismo con el fenómeno
del enamoramiento humano es inevitable, tanto en su mejor versión como en la
menos comprensible. Leer a los místicos es pegarse un atracón de sensaciones
amorosas, y sus relatos se convierten en un imaginario de elementos de amor y
de erotismo de una intensidad extraordinaria. Por eso, su lectura también se
puede hacer en los dos niveles, a la vez o por separado. Cada cual elige la
mejor manera. Y por eso, a nadie debería extrañarle ninguna de las
composiciones poéticas a que dieron lugar estas actitudes. Nadie como san Juan
de la Cruz (“En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada…”; “Oh
llama de amor pura…”); pero casi a la misma altura, y puesto que hoy tocaba el
ejemplo de Teresa: “Ya toda me entregué y di, / y de tal suerte he trocado, /
que es mi Amado para mí, / y yo soy para mi Amado”. O este otro ejemplo: “Si el
padecer con amor / puede dar tan gran deleite, / ¿qué gozo no dará verte?”.
Aquí no hay más que quitar un Cristo y poner otra imagen y el proceso se abre
paso solo. Con todo, la composición más sintética y que casi me produce
“arrobos” teresianos es esta: “Nada te turbe, / nada te espante; / todo se
pasa. / La paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene / nada le falta. /
Solo Dios basta”.
Hoy se inaugura una nueva
edición de Las Edades del Hombre en Ávila y en Alba de Tormes. En ambas sedes
se expondrán escritos, figuras y diversos elementos que tienen que ver con el
tiempo y con la persona de Teresa de Ávila, una mujer diferente, que se explica
en su tiempo y en sus circunstancias, en los círculos de iluminados y de seres
de acceso directo y personal con su Dios, muy peligrosa para la ortodoxia
católica del momento y con una intensidad de vida muy grande y llamativa. Como
siempre, conocer su obra no es la peor manera de acercarse a su figura, a
conocerla y a asentir y a disentir -incluso radicalmente- con sus palabras, con
sus actitudes, con sus contextos y con todo lo que aportó, significó y puede
seguir significando.
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