lunes, 16 de marzo de 2015

ENTREMOS MÁS ADENTRO, EN LA ESPESURA


          
Me invitaron hace unos días a un centro educativo de esta ciudad. En su patio central celebraban, con una representación pública, el cuarto centenario del Quijote. Allá que me fui con el deseo de pasar un buen rato. No sé si lo conseguí.
El patio se hallaba preparado con una tarima a modo de escenario, por la que iban a ir pasando personajes diversos, que visualizaran capítulos de la inmortal obra cervantina. Y pasaron, claro que pasaron; pero de aquella manera. La música ni se oía ni se escuchaba, la vocalización de los que hablaban eran muy defectuosa, las representaciones eran demasiado simples y poco imaginativas… Todo el esfuerzo parecía habérseles ido en la vestimenta y en algunos otros elementos de representación externa.
Mi profesión me empujó siempre a la benevolencia con los jóvenes que se prestan a la participación en cualquier manifestación cultural: por muy endeble que fuera su actuación, siempre merecían mi aplauso y mis ánimos. Tampoco esta vez se los negué.
Pero, también como me ocurría siempre en mi trabajo, la desilusión hizo presa de mí y el mundo se me vino un poco abajo. Pensé siempre, y pensé también en aquel momento, en la relación que se establece entre el esfuerzo y los resultados conseguidos. Y me pareció y me parece tan desproporcionada, que tal vez no merezca la pena ni el intento. Porque al lado de tanto dispendio en ropajes y en disfraces, aparecía en público la más absoluta indigencia en reflexión, en razonamiento, en expresión y en cualquier otro elemento que ayude a la persona a crecer mentalmente. A mi lado miraban algunos profesores que no participaban directamente de la representación. Uno de ellos enseña lengua española y literatura. A él le hice la siguiente confidencia: “¿No sería mejor que, en lugar de todo este festejo, se leyeran un par de capítulos de la obra y se reflexionara acerca de la forma y del contenido que guardan?”. Me miró con expresión confusa pero no tardó en darme la razón con un gesto de asentimiento.
Como siempre, el ejemplo me sirve solo de ejemplo. Mucho más me interesa si ese ejemplo se puede ver repetido en otros lugares y en otros momentos. Sospecho que sí. La banalidad, la representación, la superficialidad, el destello, la falta de reflexión, el escaparate, la moda, la floritura, la inmediatez, la sensación de que pensar es complicado y muy trabajoso…, y tantas cosas más están en la escala de valores más inmediata de nuestros días.
El pasado fin de semana volví a estar en Ávila con mis nietos. Al amparo del centenario de la monja carmelita, cuántas fórmulas comerciales y cuántos elementos externos que ni rozan las puertas del convento, cuánto menos el conocimiento de la vida, del pensamiento y de la obra de Teresa de Jesús. Es otro ejemplo más, como tantos y tantos que se pueden citar.

No tengo ni capacidad ni interés en criticar a nadie en concreto. Incluso tengo que alabar el esfuerzo que algunas personas ponen en su labor, por ejemplo en la educativa. Solo constato que tal vez todos andamos un poco en la cáscara y en la superficie. Y las perlas suelen estar algo más adentro, en la espesura, en el silencio y en la reflexión. Pero eso se lleva menos y cotiza poco en bolsa. Tendrá que ser así.

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