Dicen que, de una historia de amor, lo único que debe ser
desvelado son los preliminares, los escarceos que desvelan los primeros rayos
de luz y descorren la cortina y la ponen a media asta, los indicios que
alcanzan a la mitad de la verdad pero nunca a la evidencia, los primeros
vagidos que anuncian los ecos y las voces posteriores. El resto es la
disolución, la delimitación, la parcelación en la realidad, la evaporación del
misterio, el verbo ya hecho carne, la eclosión y el zumbido, la muerte del
deseo.
Por el mismo procedimiento, el
derrumbe de ese amor, la marcha atrás, el abandono, los avances de algo que va
a dejarse y a cambiar de destino, la
duda que anticipa la negación futura, la luz menos alzada, un gesto
descompuesto o anodino…, qué sé yo, cualquier cosa que anuncie o anticipe algún
cambio de estado, tendría que ser la fórmula para dejarlo todo, para romper la
línea, para poner el punto y final, para abandonar la historia en manos del
lector o del oyente, para decir adiós y aquí me quedo.
No sé cuánto de razón hay en
esa fórmula ni sé si se aplica lo mismo en un género que en otro. Pienso, por
ejemplo en una narración, en eso que popularmente llamamos novela y constato
que casi siempre el autor trata de dejar cerrado y engastado el recorrido,
incluso entre los personajes secundarios; y, si no lo persigue, se le afea como
defecto y deficiencia. Vuelvo los ojos al poema y me sucede casi lo contrario.
En él el momento se potencia y se hace polisémico, se ofrecen indicios al
lector para que interprete posibilidades, para que complete, para que imagine;
incluso se aspira a trascender el tiempo y el espacio para romper esa barrera
de las imposiciones de la razón y de la lógica.
Me detengo en este ejemplo: “Sonreír
con máscara de ausencia plena”. Apenas se explicita un elemento físico: la
sonrisa. Pero se transforma y se diluye en la máscara ideal de ausencia plena.
¿Quién sonríe?, ¿qué potencia tiene esa sonrisa?, ¿cuál es la causa de esa
sonrisa?, ¿por qué no es una sonrisa franca sino que engaña?, ¿por qué el
sujeto que sonríe está ausente de la escena?, ¿dónde está realmente la persona
que ríe?, ¿qué impresión y reacción provoca una sonrisa de esta clase?...
Tal vez también por eso el
poema reduce y la novela amplía, el poema contrae y la novela expansiona, el
poema selecciona y la novela acumula, el poema sorprende y la novela razona, el
poema potencia y la novela recoge también los aledaños del misterio. Acaso por
ello los poemas descriptivos sean menos mientras que, en una novela, a la
ambientación le corresponda una función muy amplia y relevante. Que se lo
digan, si no, a la novela realista.
No sé cuánto de esto es
verdad. Solo creo en los grados y no en las verdades absolutas.
Hace ya mucho tiempo escribí
el siguiente poema:
“Amanecer, nacer, amar.
Anochecer, morir, seguir
amando”.
Tal vez ilustre algo de lo
anterior.
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