REFUGIO EN LA PALABRA
Miraba hacia lo alto y de sus
ojos
las lágrimas manaban sin descanso.
Somos todos, pensaba, la conciencia
de una curva que va de valle a valle
y desconoce
cuál ha de ser el día y cuál
la noche
en esa trayectoria de
descenso.
El reino de los dioses es la
nada
y en ella somos siempre, hasta
el momento
en que nos viste el tiempo y
nos encarna.
Después todo es perder,
desposeernos,
anular la cosecha de
inocencia,
cargarnos con la cruz de
nuestras culpas
y pasar de ser dioses a ser cómplices
del tiempo en que la vida nos
conforma.
Al cabo solamente de un
momento,
la luz se va extinguiendo y
todo apunta
al reino de la sombra y de la
muerte,
se arruina la conciencia y se
hace grande
de nuevo el territorio en el
que manda
la ley desconocida del reino
de lo eterno,
en la que ya seremos de nuevo
para siempre.
Alzó de nuevo la mirada al
viento
e invocaba la luz y la piedad
al tiempo:
“De dios a esclavo y de
culpable a nada.
Cómo duele esta herida que me
sangra
en la vena tenaz de la
conciencia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario