Durante el mes de enero he
dado más espacio a la lectura de novelas, he abierto la ventana a esos libros
más populares, más leídos y admirados en nuestros días. Ha sido algo mitad
buscado y mitad casualidad.
La novela es el género actual;
los demás son ancilares y marginales, cuando no marginados. Poca la gracia que
me hace a mí tal cosa. No porque tenga nada contra la novela ni contra los
novelistas, sino por la desigualdad de trato que hay entre este género y los
demás. Y, además, porque un elevado tanto por ciento de las novelas repite
esquema y hasta trama hasta semejar un déjà vu reiterativo. Pero cada cuál
sabrá lo que tiene que hacer.
Pero lo mismo que en todos los
sitios cuecen habas, también en cualquier pueblo cuecen buen pan y hay novelas
extraordinarias.
Quiero destacar hoy una novela
que acabo de leer del autor japonés Haruki Murakami. Se llama “Baila, baila, baila”. ¿De qué
trata? Si tuviera que ser sincero, debería decir que, en realidad, no lo sé.
Quiero decir que tiene una trama difusa al servicio de una realidad que se desdibuja
entre lo inmediato y las fuerzas del otro lado de la realidad. Pero todo se
narra con un estilo y una sucesión de hechos absolutamente inmediata y
comprensible. Por supuesto que caben muchas consideraciones; como aquella de la
concentración del gusto solo en aquellos elementos más próximos: lo demás ni
nos gusta ni nos disgusta, sencillamente no nos interesa demasiado. O esta otra
consideración, ya casi al final de la novela: “Nos movemos permanentemente. Y,
debido a ese movimiento nuestro, las cosas que nos rodean desaparecen. Es
inevitable. Nada permanece. Tan solo se quedan en nuestra conciencia. Pero
desaparecen del mundo real. Eso es lo que me preocupa”. Tal vez por eso este
baile continuo en el que nos movemos y que tan necesario termina por ser para
nuestra supervivencia.
Pocas veces se topa uno con un
estilo tan cortado, tan falto de detalles y tan rápido en la sucesión de
secuencias. Por eso las frases son cortas y sencillas, la acción corre y corre
y termina pareciendo imposible rellenar 450 páginas para no contar nada
realmente lineal y trabado. Cuando uno se da de bruces con este estilo, se
puede reaccionar de dos maneras: o lo dejas, o te engolfas en la forma para
dejarte llevar y sorprenderte con esa suma de hechos que se mueven aparentemente
casi solo en el plano de la descripción y no del desarrollo y de la calificación.
De este modo, caen las páginas como hojas en el bajo otoño, cuando ya están
cansadas y agotadas en el árbol. Aunque no quede tiempo libre para otros
asuntos. El frío y la nieve facilitan todo un poco y la lista de libros leídos
engorda a pasos agigantados. Aunque solo llevemos un mes de este año y la
primavera no se presienta ni en el más lejano horizonte.
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