A mi nieta Sara le gustan mucho los cuentos; y le gustan
también las películas de dibujos animados. Si son en tres dimensiones, entonces
ya ni pestañea. Cuando voy a verla, o cuando me visita, procuro sentarme con
ella para pararme también ante esos mundos de aventuras y de magia. Yo tuve
pocas oportunidades cuando tenía su edad y ahora recupero algo el tiempo,
aunque a veces tenga que realizar algún esfuerzo añadido. Cuando aparece alguna
escena en la que el personaje malo realiza algo contra el bueno, Sara se da la
vuelta y no quiere ver la pantalla hasta que termina la escena. Yo aprovecho entonces
para abrazarla y para darle un buen achuchón, para indicarle que estoy allí
como guardia de seguridad, que nunca le fallaré si algún día se siente
desprotegida.
Pero cuando me siento más cómodo es cuando, vencida por la
continua actividad del día, Sara comprende que tiene que dormir. Entonces
buscamos un cuento y ella selecciona a un lector, pues siempre tiene varios
voluntarios para leerlos. Cuando me toca -y procuro que sean muchas veces-, me
siento, abro el libro y empiezo a representar. El tono, la intensidad, el
timbre, los silencios, los gestos…, todo procuro que sea lo más adecuado para
que ella imagine, sienta y sueñe. En ese contexto, sus sueños se asoman y la
acompañan durante toda la noche. A la mañana siguiente, ella sabe que tiene
brazos abiertos que la esperan para empezar otro nuevo día. Como si su vida
entera fuera un cuento. Qué pena que no sean tantos los días que estoy junto a
ella.
Y es que yo, que prevengo contra el tipo de personajes que
aparecen en bastantes cuentos, porque me parece que van dejando un poso de
elementos demasiado tradicionales y hasta retrógrados, también quiero
reivindicar la potencia de la magia en los cuentos y en las historias
imaginarias.
Cuando se abre la puerta del “érase una vez”, todas las
posibilidades se convocan para crear un mundo en el que refugiarnos, una
realidad que no es la de cada día sino otra en la que nos gustaría instalarnos
para no salir de ella. En esa realidad, el tiempo y el espacio se alejan de
nosotros y se miden de otra manera pues sus límites se pierden en las nieblas
de nuestra imaginación. Y en esas coordenadas, los personajes ya están
capacitados para realizar cualquier cosa que a nosotros nos parece imposible.
Por eso los animales hablan, los montes corren, los árboles vuelan o las casas
se construyen con elementos diferentes. ¿Cómo no vamos a sentirnos atraídos por
esa nueva realidad soñada? Por si fuera poco, los espacios y la naturaleza nos
acompañan y nos protegen en su seno, como si fueran un camino de iniciación y
de misterio.
En ese contexto, el niño -y el menos niño- empieza a
entenderse a sí mismo y comienza a relacionarse con los demás. Aquello que ve
desarrollarse en los personajes del cuento es posible que también se pueda
despertar en su corazón. Ahí empieza la empatía y ahí crecen por primera vez
sus deseos y sus anhelos, sus temores y sus alegrías. Son sus primeras
catarsis, sus primeras prolongaciones más allá de los abrazos, de los besos y
de las caricias de las personas que los rodean. O su vuelta a las caricias y a
la seguridad de los brazos de sus próximos, si se sienten amenazados.
Un cuento infantil es siempre una excepcionalidad, una forma
de vida diferente y nada usual. Pero cada uno de ellos está cargado de un
simbolismo que debemos trasladar en pequeñas dosis al niño que lo lee, que lo
ve o que lo escucha. Esa será la mejor manera de ir creando un espacio sólido
para que maduren tanto la realidad más mostrenca como la realidad soñada, para
que embridemos los deseos pero también para que no dejemos de indagar y de
aspirar a mundos mejores para nosotros y para todos los demás. Cada cuento nos
enseña algo interesante, nos sumerge en un sueño que merece la pena vivirse.
Tengo ganas de volver con Sara para ver alguna peli de las
que ella selecciona, pero sobre todo para leerle algún cuento mientras ella me
escucha y, a veces, se deja ir al mundo de sus sueños. Ahora empezamos a
tenerlo más fácil porque ya ella también lee y podemos irnos juntos al mundo de
la fantasía, al de los cuentos verdaderos.
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