lunes, 5 de enero de 2015

LA SORPRESA DE LA NATURAL(EZA)


En esta representación del mundo, tan cargada de oropeles y de apariencias, con cierta frecuencia, la sorpresa de toparnos con la belleza  nos la da la propia naturaleza.
En cualquier tipo de manifestación artística, o simplemente diaria y repetitiva, parece que, en cuanto un fenómeno se ha repetido unas cuantas veces, decae en su atractivo y en su encanto y ya esperamos solo la manera en que la próxima vez ese fenómeno aparezca revestido de ropajes diferentes y con unas dimensiones externas distintas. Cuando se trata de la creación, entonces la novedad formal se transforma casi en la esencia de lo que va a ser más valorado y considerado. Rarísima vez esas novedades son tales, pues suelen repetir elementos que ya en anteriores períodos se habían estimado pero que, por la fuerza de la necesidad del cambio, habían caído en desgracia, cuando no en el olvido. La historia de las corrientes artísticas se explica fácilmente como una lucha pendular, como un vaivén de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, incorporando simplemente aquello que el discurrir de la Historia transforma en elemental y general, naturalmente. Así en literatura, en pintura, en música, y en otra manifestación cualquiera.
Si la reflexión la trasladamos a la moda y a la publicidad, entonces la afirmación se hace tan evidente que apabulla. Cualquier listillo sabe que la camisa que se dejará de llevar a final de temporada volverá con fuerza al cabo como mucho de un par de ellas más, si acaso con la incorporación de un botón más grande o más pequeño. Y lo mismo ocurrirá con los zapatos y con los vestidos… De tal manera que el que quiera comprar barato no tiene más que esperar a las rebajas y guardar una temporada. Y que gasten en novedades los tontos del lugar, que, desgraciadamente, son demasiados.
La naturaleza repite sus ciclos sin prisas y aparentemente sin cambios notables, todo parece que le importa un rábano desde las prisas de los seres humanos, su paso no es el nuestro y no parece conocer el atractivo de lo distinto o de lo novedoso. El frío llega y se acortan los días cuando tienen que hacerlo, y se estiran y se abren a la luz cuando llega la hora, ni antes ni después. ¿Para qué? parece preguntarse.
Y es entonces, en la contemplación de esa natural(eza), en la reflexión con esa natural(eza), cuando uno puede comprender que, oh milagro, se produce precisamente la magia de lo natural, de lo más clásico, de lo que menos engaña, de los parámetros controlables, de las sensaciones complacidas, de la certeza de pertenecer a un conjunto de elementos amplio y duradero, más importante y hondo que uno mismo. Ahí anida la sorpresa y con ella la admiración y hasta la exclamación. A veces incluso hasta aquella evocación del “cesó todo y dejeme, dejando mi cuidado…”
Son tantas las prisas, es tanto el acoso de la novedad, el empujón por comprar y rozar cosas engañosamente nuevas, el engaño ante la sensación de que lo “nuevo” es lo válido, que una mirada atenta, una consideración templada, un paseo tranquilo, un paisaje variado, un cielo contemplado, una conversación serena y reposada, una fuente que mana y deja la continuidad del sonido en la taza, un camino que apunta hacia lo lejos, una bandada de pájaros que dibuja piruetas imposibles en el aire, el tiempo y el espacio que nos llevan, un jardín o una huerta cultivados con mimo, el trago de una bota cara al cielo, la charla sobre todo y sobre todas las cosas… terminan causándonos sorpresa y apareciéndose como la novedad, como lo insólito, como la belleza más sabrosa y como el elemento salvador ante tanta urgencia, ante tanta impaciencia y ante tanta mentira y apariencia.

Todavía lo natural está en la naturaleza. Parece una obviedad decirlo pero causa sorpresa. Y descubrir su existencia y rumiar sus leyes nos sitúa a todos ante el milagro continuo de la vida, de la vida real y verdadera, del valor sin valor de la belleza.

No hay comentarios: