jueves, 29 de enero de 2015

"EL FINAL DE SANCHO PANZA Y OTRAS SUERTES"


Las grandes obras las escriben sus autores, pero las completan -y de qué manera- los lectores. Se ha dicho muchas veces; se dirá una vez más: el Quijote es lo que escribió Cervantes, pero es sobre todo lo que todos los lectores hemos sobrescrito con las lecturas. Yo mismo, cada vez que vuelvo al libro inmortal, encuentro un jardín nuevo en el que sentarme a degustar y a pensar con el caballero y con el escudero, o sea, conmigo mismo.
A veces, este sobrescrito resulta que toma cuerpo y se hace literal; y así, algún atrevido toma la pluma en ristre y saca al personaje de su nicho para llevarlo a su antojo por el mundo, moviendo los hilos de acuerdo con sus intereses. Quizás ningún ejemplo tan conocido como el del propio Quijote en las manos del de Avellaneda, que tantos quebraderos de cabeza le dio al propio Cervantes y a los cervantistas y cervantinos que en el mundo son y han sido.
Pero es que no ha sido este su único ahijado. Andrés Trapiello, autor de aguzada pluma, de ingenio y de saberes, ya le ha dedicado dos libros a la continuación del Quijote. El primero fue aquel “Al morir don Quijote , en el que trazaba los hechos  que imaginaba sucedidos con tan luctuoso hecho. En aquel texto, Trapiello dejaba el camino libre para nuevas expediciones.
Y en otra se ha embarcado con la publicación de otra continuación de la historia cervantina, o más bien de los personajes cervantinos pues los hechos suceden un poco más tarde y de algunos ya no nos puede dar cuenta el autor del original don Quijote.
La obra se llama “El final de Sancho Panza y otras suertes” y la ha editado el Círculo de Lectores. Otras 437 páginas para dar vida a la sobrina de don Quijote, al ama, a Sancho, al bachiller y a otros allegados camino de América, a aquel lugar hasta el que en alguna ocasión habían mostrado deseos de ir. Desde la Mancha a Sevilla, y desde la ciudad andaluza hasta las Américas peruanas, pues es en Arequipa, Perú, donde terminan plantando sus reales en busca de una de aquellas fortunas adquiridas por algún colonizador familiar del bachiller.
El arte de la novela ocupa varios planos y solo indicaré alguno.
El primero es el del atrevimiento en seguir los pasos del genio, con el peligro que supone cualquier comparación, que, aunque no es querida por el autor, resulta inevitable para la mente del lector. Bravo por Trapiello y por su apuesta.
El segundo es el del trato de los personajes. El autor tiene que moverse entre la verosimilitud, el respeto a los originales y la libertad del novelista. Creo que lo supera por sus conocimientos acerca de Cervantes y por las obras que anteriormente le había dedicado.
El tercero se refiere a la ambientación. Volverse al siglo XVII y mantener acciones, costumbres, valores y leyes del momento no puede resultar sencillo y exige una muy buena documentación
y hasta asesoramiento.
El cuarto -y acaso para este contexto el principal- es el del dominio de la lengua propia de esa época. Son más de 400 páginas en castellano del siglo de oro con el esfuerzo que exige para el creador y aún más para el lector. Un buen diccionario al lado no viene mal. Aunque es bueno recordar, para no echar freno y marcha atrás, que los contextos siempre están echando una mano. Así en el léxico marinero, de vestimenta, de alimentos… El libro me parece, a falta de algunas precisiones, todo un alarde léxico y lingüístico.
Y sea el último el del contenido. Tengo la impresión de que quiere alzar al protagonismo a Sancho pero en realidad se lleva la palma el bachiller Sansón, que, en alguna medida, se transforma en un recuerdo de don Quijote y en un eco de Cervantes. Sin embargo, a mi pobre Sancho me lo convierte en el cojo de Arequipa, me le cercena una pierna y me lo hace morir como víctima de un terremoto en una iglesia. Así, como dice el propio autor: “Teníamos poco con el manco de Lepanto, y mira por dónde va a tener el mundo al cojo de Arequipa.” Desgraciado final para el escudero y fiel ayudante de don Quijote y del bachiller, oscuro y olvidado. Y para eso un viaje tan largo y tan accidentado… Pobrecito mío.
Pero lo importante termia siendo el camino, no la meta; los sucesos y los ambientes que se encuentran o que provocan en esos caminos y en la búsqueda de algo que se muestra casi siempre inaccesible y solo ejemplo de las injusticias de la vida. De manera que el lector -yo al menos- se queda con un sentimiento de nostalgia y sobre todo de compasión por los personajes y por los panoramas que se van dibujando. Esta es la palabra clave: compasión, padecimiento en común, sensación de ponerse en la piel del otro y escocerse de tantas injusticias y menudencias como va esparciendo la vida por doquier. La misma sensación que dejaba la obra inmortal.

Por eso me parece que no es mala continuación y que, si alguna otra se produce, pues el camino ha quedado abierto, a pesar de la desaparición de los dos personajes clave y complementarios: don Quijote y de Sancho, ha de seguir en la misma senda y en los mismos parámetros. No tiene malos imitadores Cervantes, aunque siempre haya que salvar las distancias.

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