jueves, 9 de octubre de 2014

ELOGIO DEL OLFATO


Sospecho que es el olfato el sentido más raro y menos próximo. Todo se ve y se mira, se gusta lo que se puede y se convierte en materia de choque y de contacto, se oye ruido continuo (aunque se escucha poco o tal vez nada), se toca sin cuidado y como al mando de un impulso iniciático. Pero se huele poco; o eso parece a simple vista.
Tal vez es el olfato ese sentido oculto que te pone en contacto con los otros, que despierta del sueño y pone en guardia al resto de sensaciones. Desde el olfato nos vamos a la vista, a saciar la curiosidad de lo que vela el olor y lo que esconde su esencia; desde el olfato nos vamos a dejar que todo fluya y se escuche y se toque, y se guste, y se goce o se sufra.
Acaso es el olfato el sentido más denso y más espiritual pues siempre es solo indicio que lo que viene luego, de lo que está detrás de las especias, de ese significado oculto que aguarda a ser descifrado; con él el mundo se hace a la vez más gustoso y más extenso, pues todo se puede multiplicar en la interpretación de lo que huele. La vida se hace así más atractiva pues desde el olfato se sugiere después de haber reducido las cosas a sus simples indicios. Es el olfato entonces como el primer vagido, como si el primer eco nos levantara hasta el nivel de la existencia, como si fuera el ángel que nos anuncia todo… Nuestro ánimo entonces se despierta, se pone en pie y espera con la esperanza cierta de que algo va a pasar o está pasando.
Y es casi todo lo que pasa por el filtro del olfato. Porque se huele todo. Se huele la presencia de la vida, el despertar oscuro o luminoso, las páginas azules de los libros y ese denso ambiente del suelo tras la lluvia, la candidez de un niño mientras duerme, el susurro de amor que esconde ese perfume o el rechazo al que apunta cualquier otro… Se huele con amor el pan caliente que adensa hasta el ambiente de la casa, el plato compartido con paciencia, la soledad de un hijo y la alegría de su estado feliz y positivo…
Todo termina oliéndose, como señal primera, como intuición solemne, como vislumbre y feliz presentimiento, como primera conquista y primer aprehendimiento, como inicial posesión. Ay de aquel que no sepa oler y no se deje llevar por el amor de sus señales, que no tenga deseos de hincar bien las narices en todo lo que asoma por la vida, que no coma primero del olor de todo lo que a su lado crece y se desgrana.

Dicen que los niños no ven bien cuando nacen y que no empiezan a distinguir hasta que no se asientan en la vida. Seguro que su olfato sí distingue la segura presencia de la madre y el olor algo tan extraño de ese nuevo destino que es su vida. Después llegan los días, y con ellos las horas escondidas y las posibilidades, que tal vez se despeñen sin habernos dejado ni siquiera noticia de su existencia. Hay que oler los principios de la vida y empaparnos con todas sus fragancias, oler la rosa antes de verla y cogerla y tocarla y sentirla y gozarla… Y seguir oliéndola hasta morir con ella y sus efluvios.    

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