lunes, 13 de octubre de 2014

EL DESFILE DE LA ESCRITURA


La aventura especial de la escritura siempre lleva por caminos extraños y desconocidos, llenos de sorpresas y de resultados inesperados. Escribir implica siempre inventar y después seleccionar, dejar por el camino un lastre demasiado grande, aunque resulte invisible para todos menos para el creador. Porque la elección exige precisamente eso: inventar y olvidar, tomar y tirar, mirar y volver la vista hacia otro lado que resulte más atractivo. Y en ese ejercicio interminable siempre queda la conciencia de que esa elección pudo haber sido otra muy distinta, acaso más exacta y más brillante, tal vez más atractiva para el receptor de lo que se ha elegido y se presenta ante el propio creador y ante el que recibe el producto ya elaborado. En fin, es el dolor y el placer de la escritura, el embarazo y el parto inevitables, el devaneo y el acto milagrosos.
Hoy pensaba en una parte de esa presentación, en el traje real del emperador, en la vestimenta, en el disfraz visible de esa escritura, en la distribución de tinta y de espacios, en las pausas y ritmos de grafías, en tipografías y otros abalorios imprescindibles.
Hay muchas posibilidades en la presentación gráfica de los contenidos. No estoy muy seguro de que el lector medio se fije demasiado en estas cosas; más bien lo imagino dejándose llevar por la riada de los acontecimientos y por lo que representan paisajes y personajes. Parece una equivocación evidente y una renuncia a la degustación más lenta y exquisita de lo que se nos pone encima de la mesa.
Se han ensayado múltiples posibilidades de representación gráfica y tal vez todas sean buenas; pero lo que se afirma es que el resultado de la elección de una de ellas y el rechazo de las otras posibilidades recrea un producto distinto en cada caso, y elegir uno u otro implica un estilo diferente y una oferta artística peculiar. ¿Qué otra cosa puede ser el arte  si no es la elección que se hace de los elementos y la distribución que se ensaya con su mezcla?
He leído hace unos días la novela de Arturo Pérez Reverte “El tango de la guardia vieja”. No entro en otras consideraciones. Me llama la atención, como rasgo de estilo, la manera en que mezcla los diálogos cortados y breves con el avance de la narración. Pero sobre todo la forma en que corta y separa las oraciones, incluso en sus elementos. Por ejemplo, la separación gráfica -incluso con punto- de complementos equivalentes que pertenecen a la misma oración. Así, por ejemplo: “Después de la guerra tuve una época buena -prosigue-. Todo eran negocios, reconstrucción, nuevas posibilidades. Pero fue un espejismo. Salía a escena otro tipo de gente. Otra clase de canallas. No mejores sino más burdos. Hasta se volvió rentable ser grosero…” Pg. 414. En otros casos incluso ordena oraciones separadas solo con adjetivos equivalentes y  con la misma función sintáctica que, lógicamente, pertenecen al mismo sintagma.
Es solo una muestra mínima de algo que jalona todo el libro.
Mostrar una realidad con traje flamenco o con traje de lagarterana no da la misma impresión y hasta termina cambiando la sensación y hasta la realidad misma.

¿Por dónde andará la concentración y la percepción de cada uno cuando se abre el libro y se nos ofrece ese diálogo mudo con sus páginas?

No hay comentarios: