jueves, 16 de octubre de 2014

EL CARRIL DE PAJA

Ángel MENOYO PORTALÉS
El carril de paja
Introducción y edición de Jesús A. García

Es el trabajo callado y desinteresado de las gentes el que sirve casi siempre para rescatar del olvido todo aquello que no cumple los cánones de la moda y del mundo de apariencias en el que nos movemos. Tal vez porque andemos ya hartos de tanta improvisación sin consistencia. El DRAE define la Memoria como la “Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado”. Los filósofos y los poetas se encargan de presentárnosla cargada de connotaciones diferentes, pero siempre han de partir de ese hecho de mantenimiento del pasado en el presente
Pero no ha de ser todo lo que se repita y vuelva, sino solo aquello que por su huella nos convoque; aquello que, por su curiosidad, nos invite; aquello que, por cualquier razón importante, nos hiera y nos atraiga para darnos certeza de que, al fin, somos recuento del pasado en un proceso hacia el futuro.
Es verdad que un mismo suceso no deja la misma huella en todos nosotros y que cada uno se siente atraído por hechos diferentes porque sus tiempos y sus espacios también son diferentes, porque sus circunstancias son específicamente las suyas y porque el contexto de cada individuo alcanza cuatro pasos y un ratito de tiempo.
El libro El carril de paja fue publicado hace ya un siglo y ha llegado en su rescate, en esta nueva edición, el esfuerzo de ciudadanos de varios pueblos (Fuentes de Béjar, La Cabeza de Béjar, Nava de Béjar) y el trabajo concreto de Jesús A. García. A su introducción remito para no repetir elementos y solo añadiré alguna consideración personal.
Esta novela breve se instala en el género de novela costumbrista, regional o de realismo local. Diversas circunstancias (esto es erudición académica y poco añade aquí) prepararon el clima apropiado para su renacimiento y su expansión. En todas ellas es factor común el ensalzamiento de elementos de tipo local y regional desde un punto de vista idealizado y no siempre pegado a la realidad más diversa y gris. Por lo demás, se suelen repetir los esquemas argumentales más simples y tradicionales, que se suceden de una manera lineal y nada sorpresiva. Las dualidades rico / pobre, honrado / despechado, amo / criado… siempre aparecen y se resuelven sin conflictos imprevistos y con una realidad muy mostrenca. Los elementos de imposición social, religiosa y económica se adivinan tras estas sencillas historietas noveladas. Y las adivina quien quiere leer entre líneas, porque no se suelen encarar directamente; más bien casi todo se dulcifica y se sucede de manera blandengue y sin reflexión alguna.
El carril de paja recoge, sin embargo, como muchas otras novelas de este tipo y de esa época, otros valores mucho más interesantes, a mi juicio. Son valores esencialmente de dos tipos. El primero tiene que ver con la descripción de usos y costumbres, y el segundo con sus aportaciones lingüísticas.
Muchos de estos textos (El carril de paja también) parecen estar pensados no tanto para el desarrollo de una trama novelesca, en este caso amorosa, como para dar cuenta de las principales rutinas, celebraciones y costumbres que iban, y que van, tejiendo la vida cotidiana de las comunidades. De este modo, los verdaderos protagonistas terminan siendo las comunidades (en El carril de paja, Fuentes de Béjar, Nava de Béjar y La Cabeza de Béjar), sus actividades comunes y sus costumbres más arraigadas. Juan de la Cruz Expósito, Chinarro, no es más que la cara de los demás, el que toma a su cargo dar vida a la colectividad. Tal vez por ello “Nadie sabía de qué peña se había desprendido aquel chinarrillo, que al caer al arroyo de la vida había de ir dando tumbos entre sus corrientes aguas para desgastarse (…) hasta ir a parar al mar sin límites de la eternidad.” Pg. 54
A través de él, o a su lado, el lector va a conocer costumbres propias de estos espacios y de estos principios del S. XX, época en la que se desarrolla la novela, así como elementos de la vida cotidiana: herramientas de segadores (pg. 67, 68); vestimenta femenina del lugar (pg. 73); de las comarcas de la provincia de Salamanca (pg. 110; 111) y de boda (pg. 134); desarrollo de un baile típico con su cambio de parejas (pgs. 74, 75…); la costumbre de “pagar la cántara” (pg. 70); el transporte del costal de trigo de la ofrenda de boda (pg. 84); los utensilios propios de una mesa en el pueblo (pg. 94); la costumbre del pañuelo en el carro al acabar las labores en la era y sus implicaciones sociales (pg. 102…); la distribución física de una casa de pueblo (pg.120); y, por encima de las demás, la tradición llamada “del carril de paja”, que da nombre al libro. Todo un compendio de hechos que dan algo más que colorido a una comunidad pues marcan muchas de las causas que explican su realidad a través de los tiempos.
Al lado de este valor de contenido, la novela aporta un caudal lingüístico de notable importancia. Lo hace tanto en el nivel fónico como en el léxico. Todo el texto está cuajado de palabras de uso popular tanto en la expresión fónica como en el uso específico que de ellas se hace en una determinada comarca.
El nivel fónico es el mejor representado. En realidad vienen a ser variantes propias del medio rural, de un ambiente en el que sus habitantes se manifiestan desde la lengua oral descuidada y económica, lejos de la reflexión y la escritura. Por ello, estas desviaciones se pueden hallar en muchos otros lugares, aunque estén alejados geográficamente. Solo en la página 86 anotamos estos ejemplos: maldá, por maldad; tos, por todos; respetale, por respetarle; calunia, por calumnia; lo mesmo, por lo mismo; naide, por nadie; na, por nada; hacese, por hacerse. Lo mismo sucede en el plano léxico. Así jeta, por cara; to (pg. 92), con valor de interjección, tan propia en las tierras de la comarca de Béjar; laísmos muy frecuentes, y muchos ejemplos que jalonan todas las páginas del libro… A veces de la impresión de que el autor de la novela pone empeño excesivo en señalar esas diferencias de expresión entre los usos populares de las gentes de esos lugares y el modelo general de la lengua. Y, cuando el empeño es excesivo, no siempre el resultado es el más fidedigno. Como se ve, son variantes que tienen una explicación muy sencilla tanto desde el punto de vista lingüístico como desde el sociológico, pero que, en su abundancia y extensión, vienen a ser uno de los elementos de identificación más evidentes de una comunidad.
Los usos lingüísticos y las costumbres sostienen la trama de la novela; pero sobre todo sostienen la trama vital de una comunidad y de unas tierras que mantienen con ellos el hilo conductor de sus vidas y el de las de sus antepasados. Rescatarlos y reproducirlos es afianzarlos y dar muestra de que se respetan en el recuerdo y en el presente, y de que, aunque la vida es un río que fluye y que, como le sucede a Chinarro, camina inevitable hacia la mar, quiere ser vivida en el gozo de la comunidad y en la seguridad de que somos lo que hemos sido. La memoria no solo guarda el recuerdo sino que lo actualiza cada vez que nos sentamos a mirarnos y a mirarlos.
Esto y mucho más (diálogos, escenas, caracterización de personajes, esquema de tragedia rural, reflejo de una sociedad encogida en costumbres e imposiciones económicas y religiosas sorprendentes desde una perspectiva del siglo veintiuno…) es lo que aportó Ángel Menoyo Portalés hace un siglo y esto es lo que ha rescatado Jesús A. García y ha puesto a nuestra disposición. Ahora solo queda degustarlo y darse por aludido por lo que en la novela se describe o se sugiere. Pero esta es ya labor del lector.

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