Ángel MENOYO PORTALÉS
El carril de paja
Introducción y edición de Jesús A.
García
Es
el trabajo callado y desinteresado de las gentes el que sirve casi siempre para
rescatar del olvido todo aquello que no cumple los cánones de la moda y del
mundo de apariencias en el que nos movemos. Tal vez porque andemos ya hartos de
tanta improvisación sin consistencia. El DRAE define la Memoria como la
“Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado”. Los
filósofos y los poetas se encargan de presentárnosla cargada de connotaciones
diferentes, pero siempre han de partir de ese hecho de mantenimiento del pasado
en el presente
Pero
no ha de ser todo lo que se repita y vuelva, sino solo aquello que por su
huella nos convoque; aquello que, por su curiosidad, nos invite; aquello que,
por cualquier razón importante, nos hiera y nos atraiga para darnos certeza de
que, al fin, somos recuento del pasado en un proceso hacia el futuro.
Es
verdad que un mismo suceso no deja la misma huella en todos nosotros y que cada
uno se siente atraído por hechos diferentes porque sus tiempos y sus espacios
también son diferentes, porque sus circunstancias son específicamente las suyas
y porque el contexto de cada individuo alcanza cuatro pasos y un ratito de
tiempo.
El
libro El carril de paja fue
publicado hace ya un siglo y ha llegado en su rescate, en esta nueva edición,
el esfuerzo de ciudadanos de varios pueblos (Fuentes de Béjar, La Cabeza de
Béjar, Nava de Béjar) y el trabajo concreto de Jesús A. García. A su introducción
remito para no repetir elementos y solo añadiré alguna consideración personal.
Esta
novela breve se instala en el género de novela costumbrista, regional o de
realismo local. Diversas circunstancias (esto es erudición académica y poco
añade aquí) prepararon el clima apropiado para su renacimiento y su expansión.
En todas ellas es factor común el ensalzamiento de elementos de tipo local y
regional desde un punto de vista idealizado y no siempre pegado a la realidad
más diversa y gris. Por lo demás, se suelen repetir los esquemas argumentales
más simples y tradicionales, que se suceden de una manera lineal y nada
sorpresiva. Las dualidades rico / pobre, honrado / despechado, amo / criado…
siempre aparecen y se resuelven sin conflictos imprevistos y con una realidad
muy mostrenca. Los elementos de imposición social, religiosa y económica se
adivinan tras estas sencillas historietas noveladas. Y las adivina quien quiere
leer entre líneas, porque no se suelen encarar directamente; más bien casi todo
se dulcifica y se sucede de manera blandengue y sin reflexión alguna.
El carril de paja recoge, sin embargo, como muchas otras novelas de
este tipo y de esa época, otros valores mucho más interesantes, a mi juicio.
Son valores esencialmente de dos tipos. El primero tiene que ver con la
descripción de usos y costumbres, y el segundo con sus aportaciones
lingüísticas.
Muchos
de estos textos (El carril de paja
también) parecen estar pensados no tanto para el desarrollo de una trama
novelesca, en este caso amorosa, como para dar cuenta de las principales
rutinas, celebraciones y costumbres que iban, y que van, tejiendo la vida
cotidiana de las comunidades. De este modo, los verdaderos protagonistas
terminan siendo las comunidades (en El
carril de paja, Fuentes de Béjar, Nava de Béjar y La Cabeza de Béjar),
sus actividades comunes y sus costumbres más arraigadas. Juan de la Cruz
Expósito, Chinarro, no es más que la
cara de los demás, el que toma a su cargo dar vida a la colectividad. Tal vez
por ello “Nadie sabía de qué peña se había desprendido aquel chinarrillo, que
al caer al arroyo de la vida había de ir dando tumbos entre sus corrientes aguas
para desgastarse (…) hasta ir a parar al mar sin límites de la eternidad.” Pg.
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A
través de él, o a su lado, el lector va a conocer costumbres propias de estos
espacios y de estos principios del S. XX, época en la que se desarrolla la
novela, así como elementos de la vida cotidiana: herramientas de segadores (pg.
67, 68); vestimenta femenina del lugar (pg. 73); de las comarcas de la provincia
de Salamanca (pg. 110; 111) y de boda (pg. 134); desarrollo de un baile típico
con su cambio de parejas (pgs. 74, 75…); la costumbre de “pagar la cántara”
(pg. 70); el transporte del costal de trigo de la ofrenda de boda (pg. 84); los
utensilios propios de una mesa en el pueblo (pg. 94); la costumbre del pañuelo
en el carro al acabar las labores en la era y sus implicaciones sociales (pg.
102…); la distribución física de una casa de pueblo (pg.120); y, por encima de
las demás, la tradición llamada “del carril de paja”, que da nombre al libro.
Todo un compendio de hechos que dan algo más que colorido a una comunidad pues
marcan muchas de las causas que explican su realidad a través de los tiempos.
Al
lado de este valor de contenido, la novela aporta un caudal lingüístico de
notable importancia. Lo hace tanto en el nivel fónico como en el léxico. Todo
el texto está cuajado de palabras de uso popular tanto en la expresión fónica
como en el uso específico que de ellas se hace en una determinada comarca.
El
nivel fónico es el mejor representado. En realidad vienen a ser variantes
propias del medio rural, de un ambiente en el que sus habitantes se manifiestan
desde la lengua oral descuidada y económica, lejos de la reflexión y la
escritura. Por ello, estas desviaciones se pueden hallar en muchos otros
lugares, aunque estén alejados geográficamente. Solo en la página 86 anotamos
estos ejemplos: maldá, por maldad; tos, por todos; respetale, por respetarle; calunia,
por calumnia; lo mesmo, por lo mismo;
naide, por nadie; na, por nada; hacese, por hacerse. Lo
mismo sucede en el plano léxico. Así jeta,
por cara; to (pg. 92), con valor de
interjección, tan propia en las tierras de la comarca de Béjar; laísmos muy
frecuentes, y muchos ejemplos que jalonan todas las páginas del libro… A veces
de la impresión de que el autor de la novela pone empeño excesivo en señalar
esas diferencias de expresión entre los usos populares de las gentes de esos
lugares y el modelo general de la lengua. Y, cuando el empeño es excesivo, no
siempre el resultado es el más fidedigno. Como se ve, son variantes que tienen
una explicación muy sencilla tanto desde el punto de vista lingüístico como
desde el sociológico, pero que, en su abundancia y extensión, vienen a ser uno
de los elementos de identificación más evidentes de una comunidad.
Los
usos lingüísticos y las costumbres sostienen la trama de la novela; pero sobre
todo sostienen la trama vital de una comunidad y de unas tierras que mantienen
con ellos el hilo conductor de sus vidas y el de las de sus antepasados.
Rescatarlos y reproducirlos es afianzarlos y dar muestra de que se respetan en
el recuerdo y en el presente, y de que, aunque la vida es un río que fluye y
que, como le sucede a Chinarro, camina inevitable hacia la mar, quiere ser
vivida en el gozo de la comunidad y en la seguridad de que somos lo que hemos
sido. La memoria no solo guarda el recuerdo sino que lo actualiza cada vez que
nos sentamos a mirarnos y a mirarlos.
Esto
y mucho más (diálogos, escenas, caracterización de personajes, esquema de
tragedia rural, reflejo de una sociedad encogida en costumbres e imposiciones
económicas y religiosas sorprendentes desde una perspectiva del siglo
veintiuno…) es lo que aportó Ángel Menoyo Portalés hace un siglo y esto es lo
que ha rescatado Jesús A. García y ha puesto a nuestra disposición. Ahora solo
queda degustarlo y darse por aludido por lo que en la novela se describe o se
sugiere. Pero esta es ya labor del lector.
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