Mañana
de otoño bejarano en los caminos de la sierra y de la Dehesa de Candelario. El
otoño bejarano es lo más parecido al paraíso soñado; intentar describirlo es en
realidad tarea vana e innecesaria: vivirlo es lo supremo, y con buenas viandas,
mejor.
Tarde
de inauguración de pintores de la tierra con cuadros de corte realista que
reproducen rincones y paisajes de aquí, de esta ciudad estrecha pero de paisaje
lujurioso. En Béjar hay muchos pintores, bastante desiguales y de todos los
niveles. Me gusta que se exponga y se dé a la luz el talento de esta gente y de
su especial mirada acerca de los aspectos físicos y urbanos: su mirada es otra,
como es otra también la mirada de los poetas o de los fotógrafos o de cualquier
otro intérprete o creador. Entre todos componen un álbum variado, multicolor e
interesante de esta realidad física y humana que va arañando la Historia en estos
lugares serranos.
Y
tarde para la presentación de un libro de tinte histórico: “La participación
del X Duque de Béjar, D. Manuel de Zúñiga, en el sitio de Buda (1686)”. Su
autor, Emiliano Zarza Sánchez, glosó toda la trayectoria de este personaje en
un hecho de gran alcance histórico. Habíamos premiado esta obra hace ya meses
en el premio ciudad de Béjar y ahora veía la luz. Yo ya conocía el texto e
incluso creo haber dejado alguna nota en esta ventana. Sigo considerando que la
historia de estas tierras, las de la llamada Tierra de Béjar, que ocupaban una amplia
comarca de las actuales Salamanca, Cáceres y Ávila, se sigue escribiendo
desgraciadamente desde los vértices de los nobles y de sus andanzas, venturas y
desventuras; como si el resto de la población no importara o simplemente no
existiera.
Los
historiadores lo tienen poco bien porque la documentación apenas recoge datos
de quienes no estaban a la cabeza de todo, de los que no eran dueños y señores de
territorios, personas y vidas, o sea, de las personas normales, que eran prácticamente
todas. A cambio, los archivos están llenos de todo tipo de detalles de nobles y
de clérigos.
Pero
es que recorrer la Historia con ojos de ahora es echarse enseguida a llorar y a
jurar en arameo. Este noble duque de Béjar se fue a Budapest como cruzado, a
buscar la gloria entre los nobles europeos y a intentar salir a flote de una
situación económica muy precaria en su casa ducal. El ambiente barroco y de
contrarreforma puso el decorado general, la situación de la casa ducal le
proporcionó el marco, y ese honor mal entendido en aquel tiempo lo empujó a
sacar pecho ante sus semejantes.
El
resto de personas de la familia se encargó de explotar todo lo que sus
circunstancias especiales de muerte dieron de sí. Por si fuera poco se le
atribuyeron hasta milagros al buen hombre.
Hasta
1868 esta estrecha ciudad vivió en este plan de dominio nobiliar, aunque se iba
apaciguando poco a poco. En realidad uno tiene la impresión de que hasta la
Segunda República no se ha vivido un atisbo de verdadera modernidad, en el
sentido de considerar a todas las personas iguales en derechos.
Revisar
la Historia es llorar, e imaginar el desarrollo de la gente “normal” en períodos
pasados es para echarse a temblar. Con duques, con vizcondes, con marqueses,
con clérigos curas, arciprestes y obispos, y con la madre que los trajo al
mundo a muchos de ellos.
Uno
se asusta con los talibanes actuales. Cuidado, los ha habido siempre. Y siempre
tan peligrosos como ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario