martes, 23 de septiembre de 2014

PROSTITUIR(SE)


Se celebra hoy el día mundial de la “lucha contra la explotación y el tráfico de mujeres”, eso que por derecho y en una sola palabra llamamos prostitución.
Las estadísticas que se ofrecen acerca del número de personas que se dedican al oficio más antiguo del mundo (y dale con los eufemismos), según se las interprete, causan terror; hasta el punto de que, si uno hace un cálculo de porcentajes y lo traslada a la realidad física de la comunidad en la que vive, tiene la impresión de que asomarse al balcón y divisar lupanares es todo la misma cosa, y andar por la calle y hacer selecciones maliciosas otro tanto.
Me causa cierta extrañeza que el DRAE describa el verbo como transitivo (“prostituir”) y no como como pronominal (“prostituirse”), aunque inmediatamente después de su descripción incorpora la nota “U.t.c.prnl., es decir “prostituirse”.
Y es que esto de la prostitución -como todo lo demás, por otra parte- incorpora diversas consideraciones, variantes y muestras sociológicas. Y a todo ello hay que añadirle la dificultad que tiene la lengua para reproducir con precisión la idea que de las cosas nos hacemos, es decir, los conceptos.
Porque prostituir implica que la voluntad se fuerza, que una persona extraña obliga a otra a vender su cuerpo a cambio de dinero, a permitir que la propiedad más inmediata y cierta que se posee, que es el cuerpo, sea invadido y violado sin consentimiento, degradando de esa manera a la persona y sometiéndola de una manera indeseada a la voluntad de un intruso.
Prostituirse nos deja más perplejos y acodados. Parece como si la voluntad en este caso fuera personal e intransferible y la acción consecuencia de un acto libre y voluntario. ¿Quién tiene poder para intervenir e imponer su voluntad sobre otra persona cuando se trata, otra vez, del acto más personal y de la propiedad más próxima y real? Seguramente aparecerán en este momento los criterios morales y religiosos, los de costumbres y de buen uso, los ideológicos y los de toda índole. Pero siempre a partir de esa realidad primera de voluntad personal individualizada. No sé cuántos se creerán que esa situación individual realmente es libre y no forzada. Tampoco sé hasta dónde ando yo convencido de ello. Pero habrá que admitir que el asunto es complejo.
Hay una segunda acepción incorporada al DRAE que termina por ser la más extensa y la que tal vez interese más: “Dicho de una persona: Deshonrar, vender su empleo, autoridad, etc., abusando bajamente de ella por interés o por adulación”.
¿Cuántos empleos hay por ahí “abusando bajamente de la autoridad” y al amparo de las normas laborales, esas que se dictan bajo el manto y el patrocinio de la Virgen del Rocío, por ejemplo? ¿Y cuánta gente se prostituye (pronominalmente) aplaudiendo ese abuso en ella misma, si no en asuntos laborales sí en asuntos sociales, musicales, deportivos, cinematográficos y similares? La voluntad no es voluntad si no es libre; cuando es engañada es solo estulticia e imbecilidad. Y de esto abunda como abundan las setas en otoño. Tengo la seguridad de que estas estadísticas, más reales aún que las otras, sí que causan pavor y hacen de esta sociedad una casa de lenocinio, o sea, una inmensa casa de putas. “La España de charanga y pandereta. / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María, / de espíritu burlón y de alma quieta”.
La calle Montera se disfraza con muchos arrumacos y se sale a tratar y al chalaneo por todos los caminos, senderos y trochas. Y no todos tienen aceras ni alcantarillado como ella.

Ya sé que es dura la opinión. Pero…

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