lunes, 22 de septiembre de 2014

¿LEER O NO LEER? ¿QUÉ LEER?


Me causa recelo apuntar algún pensamiento acerca de un hecho que yo he practicado durante miles de horas, sobre miles y miles de páginas y en el mundo escondido de miles de libros. Sin embargo, en alguna ocasión he defendido que el primer mandamiento de un buen decálogo de lectura es el que recuerda el derecho a no leer. Como con la misma intensidad se sigue manteniendo  el derecho a leer y parece que se la lectura se obtienen más beneficios que de la no lectura, me sigo consolando y hasta regocijando por haber dedicado una buena parte de mi vida a este ejercicio. Sospecho que la vista está empezando a quejarse y a recordarme que tal vez debo ir regulando plazos y seleccionando páginas y momentos. En los últimos años no parece que le haga mucho caso precisamente. Qué le vamos a hacer.
Y ya que uno está “condenado” a leer y leer y después a seguir leyendo, ¿cómo ha de hacer la selección de lecturas: qué géneros, qué libros, qué extensión, qué temas, qué tipografías, en qué momentos, en qué edades…?
Imposible ni siquiera esbozar un esquema sobre un asunto tan interesante y que afecta a casi todo el mundo. Ahí habría cacho para toda una serie de programas en los medios de comunicación. Sería bueno sugerirlo para cuando se agote Sálvame de Lux.
Leo una entrevista a Richard Dawkins, extraordinario hombre de pensamiento, divulgador científico de amplísima trayectoria, hombre de ciencia reconocidísimo, sacudidor, con el palo del sentido común, de religiones, supersticiones y asunto similares por todo el mundo…, hombre, en fin, de los que realmente merecen la pena (Yo he devorado varios de sus libros con el hambre de quien come después de varios días de abstinencia). En ella se queja de que a los niños se les lean tantos libros de hadas: “no eduquen a los niños ni en dioses ni hadas.”
Es, en efecto, en esa edad confusa y primigenia en la que se siembran las raíces más profundas, en las que se imprime un carácter ya casi indeleble para el resto de los días, en la que se cava un acomodo que termina por anidar en los genes y hacer mella inmarchitable. Por eso resulta tan importante seleccionar las lecturas para los niños, como es fundamental fomentar los ambientes más propicios para que la personalidad del ser humano se asiente en bases sólidas o en terrenos fangosos y confusos. Y ahí la religión y las costumbres, los hábitos y aficiones…
No me resulta fácil marcar límites entre libros y libros de lectura. La imaginación resulta crucial para desarrollar una vida más rica y esponjosa. Pero es también bien cierto que la imaginación se puede ejercer sobre distintos hechos y darle diversas direcciones. No es lo mismo incitar a la imaginación sobre elementos posibles que sobre conceptos imposibles e irrealizables. Y aquí sí que me sumo a Richard Dawkins. Porque después la vida no va a ser otra cosa que un descenso profundo hacia el abismo, un desengaño imbécil y un enfado continuo, una capa que roce contra el centro o que haga mezcla feliz con la argamasa que ya compone el cuerpo. Eso si se quiere salir del campo del misterio, porque, si no hay agallas, será todo misterio y hágase tu voluntad, fogonazos de luz y sobresaltos, miradas furtivas y aplausos sin condición a las “estrellas” fugaces de la vida…, y un siempre suspirando por lo que es imposible y nos condena a eternos fracasados. ¿A qué tanta princesa y tanto príncipe? Tal vez el mejor príncipe es el que está destronado. La vida es hermosísima dejándola venir hacia nosotros, sin asustarnos de ella, sabiendo que sus leyes nos aluden, que rigen nuestros pasos. Y también que todo lo que nos rodea se halla felizmente a nuestro servicio, como nosotros lo estamos a lo que pida todo. Somos todos príncipes y princesas, y nuestros padres son unos reyes magos magníficos que no tienen que andar en todas las casas en una sola noche, pues bastante tienen con poner su amor y su cariño en los que los rodean; y no necesitamos ser cenicientas nunca pues cada uno tiene su príncipe donde menos lo espera, o acaso en todos los sitios.

Cada vez que voy a ver a mis nietos, les llevo cualquier cosa y siempre un cuento. Tienen a centenares. Muchos reproducen esquemas que no me gustan mucho. Cuando tengo ocasión, leo cuentos a mi nieta. A veces me los invento. No creo que sean los peores que llegan a su oído. 

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