domingo, 7 de septiembre de 2014

FIESTAS Y FESTEJOS


Jueves, día cuatro. Al atardecer, nos vamos a dar un paseo para burlar los calores y respirar aire serrano. En cuanto salimos de casa, llegan rumores que enseguida se hacen sonidos y rápidamente ruidos y bullicio. Desde la Corredera parten ruidosos grupos de adolescentes vestidos con camisetas de fiesta. Detrás de ellos también caminan con aire festivo algunos grupos de gente madura, sin duda pertenecientes a alguna peña festiva. Eran los prolegómenos de las fiestas patronales de esta ciudad estrecha y me contaron que hacían un pasacalle para acudir al pregón que se proclamaba en la Plaza Mayor como cada año. Lo peor de todo ello es que cada grupo empujaba un carro, traído de alguna superficie comercial, que iba cargado de botellas y garrafas de líquido y de alcohol. La sensación me resultó tan deprimente, que me aparté calle Libertad abajo rumiando el significado de la palabra “fiesta” y el sentido que a la misma parece que se le quiere dar en esta estrecha ciudad.
Como participar en reuniones numerosas no es lo que más me atrae, me pongo en guardia por si mis opiniones resultan demasiado subjetivas. Y, a pesar de todo, no se aleja de mí un sentimiento que mezcla la rabia, la pena y el desaliento social.
Con frecuencia confieso que me gustaría tener un espíritu festero y un ánimo de jota para olvidarme de todo, sumergirme en ese ambiente y dejarme llevar por la corriente hacia donde sople el aire; de esa manera me ahorraría cierto malestar y desasosiego. Pero sería mentiroso conmigo mismo y no puedo.
Me contaron que el ayuntamiento había subvencionado a cada peña con la cantidad de 500 euros. Supongo que así se aseguran su presencia donde quieran y un bullicio suficiente. Pero me pregunto si es bueno que se dé dinero para fomentar el botellón público y el descontrol general. ¿Es en eso en lo que piensan que consiste la fiesta? Qué pobreza, qué torpeza, qué estulticia, que analfabetismo, qué manera de destruir lo que tanto cuesta integrar en la escala de valores de los adolescentes y de los jóvenes. Luego se quejarán y se darán golpes de pecho pidiendo cultura del esfuerzo, educación en valores y sumisión al orden y a la norma. Qué cinismo. Mentalmente volví a mis años en las aulas. Nada de lo que veía en las calles tenía cabida en mi trabajo y en mis empeños. En las calles de Béjar veía la certeza de que el mayor enemigo estaba de las puertas del aula para fuera.
Supongo que los que programan lo harán con la mejor voluntad. Solo faltaba. El asunto no está ahí, el meollo está en la escala de valores que anida en el ánimo y en la formación social y política de cada uno. Lo demás no es otra cosa que dejar que la fuente mane, que se concrete aquello que inconscientemente nos habita. El acervo popular lo expresa muy bien con aquello de “la cabra tira al monte”. Véanse, si no, la lista de algunos de los festejos que jalonan estos días de asueto: toros, procesiones, Malenes Maureaux, elección de reyes y reinas… y toda una ristra de muestras de altura intelectual, de la altura del basurero, por supuesto.
Como sucede siempre, unos tienen más responsabilidad que otros, pero el conjunto hay que compartirlo y cada cuál sabrá en qué medida, por acción o por omisión, deja que corra la bola y que casi todo se contabilice por el ruido y por los botellones en una comunidad.
A mí me parece esto muestra de una pobreza moral acusada y una muestra evidente de otra crisis más profunda y grave que esa económica de la que tanto se habla, de una crisis de valores. Por ello, aunque solo sea en forma de apunte, dejo expresado mi disgusto. Cada uno sabrá lo que quiere. Este, desde luego, no es mi modelo de fiesta, ni de festejos, ni de festividades.

Ah, por cierto, yo también soy pechero y contribuyo con mis impuestos. Me gustaría verlos dedicados a otros menesteres.

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