lunes, 29 de septiembre de 2014

EN LA PLAZA MAYOR DE PLASENCIA




Ven que te coja en brazos, mi niña, y que te explique. Para ti todo es limpio y luz y risa y viento.
Estamos en la esquina de esta plaza, viendo pasar las nubes por el cielo, sin rumbo definido, juguetonas, pintando malabares en el viento, como tú los dibujas cuando quieres, en esta tarde gris en que el verano ya se presiente lejos y confuso. ¿No ves aquel muñeco que se empeña en sujetarse todo al campanario, para darnos las horas sin cansarse desde hace no sé cuánto? El Abuelo Mayorga lo llaman los vecinos de estas tierras. Ese sí que se sabe muchos chismes de todas estas gentes. Déjalo allá en lo alto, viendo pasar el tiempo y las cigüeñas.
Y ahora, mira cómo se viene andando por la esquina. ¿Lo ves? Tiene cara de joven y ya es viejo. El tiempo le ha marcado los surcos de su frente y esas arrugas hondas que muestran sus mejillas. Está pidiendo a voces que alguien le dé una ayuda, que ya no puede más, que ha de ser de las últimas pues su cuerpo no aguanta y presiente la noche y el olvido. Fíjate, casi llora cuando nos dice esto. En cuanto alguien se mueve y se preocupa, él se afirma en sí mismo: “No se preocupe, que no voy ni a arrimarme, que yo ya nunca robo, solo quiero que me den algo porque no aguanto más y estoy a punto de morirme.” Ves, alguien le da una moneda y se marcha por una bocacalle murmurando la misma cantinela: “A mí ya me queda poco y estoy a punto de morirme: no tendré que seguir pidiendo más.”
¿De dónde habrá venido hasta esta plaza de este otoño extremeño? ¿Qué pasado le aplasta y le domina hasta dejarlo en brazos de la muerte? ¿Cuántos ratos de luz arrebatada y de oscuras caídas? ¿Cómo se cifra el mundo en su mirada? Seguro que no llega a la treintena y está solo en los brazos del olvido. Su familia es la calle y es la noche y el frío, y su voz no se escucha, y sus ojos no miran con alguna migaja de esperanza. Su vida es solitaria y es pasado, pues su presente es muerte y abandono. Ni siquiera se asoma hasta su cuerpo el eco del miajón de los castúos. ¿Lo ves cómo se pierde por esas callejuelas y se lleva la angustia y el hastío, y el gramo de consuelo y de certeza que anida en sus palabras?

Aunque no estás presente, te tengo entre mis brazos y te aprieto con fuerza y soy tú misma. Mira, Sara, la vida es tan hermosa, que hasta merece la pena vivirla y conquistarla, verla en gozo y ayuda, desde la sensatez pero no desde el miedo, dejándose llenar por lo que sirve y no por lo que mata y anula tus sentidos. Mira cómo nos mira desde arriba el Abuelo Mayorga y cómo lo mira a él mientras se pierde y nos deja ese poso de amargura.

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