miércoles, 10 de septiembre de 2014

A PROPÓSITO DE...


De nuevo los primeros versos de mi viejo poema: “Estadísticamente, / casi todos las muertes se producen / muy lejos de nosotros…”
Hoy, sin embargo, la muerte se ha parado para golpear la puerta blindada y de caoba de un referente público del mundo en el que vivimos. Ha muerto Emilio Botín, el presidente del Banco de Santander, dicen que el mayor de la zona europea. Moralmente, las condolencias precisas; filosóficamente, la consideración de la brevedad de la vida; y, en términos de comunidad, el deseo de que descanse en paz.
Pero es que este ciudadano era y es el máximo símbolo de una forma de entender la vida que, según me parece, deja mucho que desear. Es, por tanto, el sistema de convivencia, y no tanto la persona, que solo presta el nombre, el que debe someterse a consideración.
La banca en general está concebida para regular los dineros, los mercados y distribuir las riquezas. Pero, ¿de qué manera y en qué condiciones? Como en todo lo que se mueve en este sistema, con el fin de conseguir los mayores beneficios posibles para sus dueños. Con ese motivo, siempre andan rozando el límite de las leyes y saltando al huerto del oportunismo, de los resquicios legales, del tráfico de influencias, de la información privilegiada, cuando no directamente de la distorsión y del aprovechamiento sin matices del más débil del sistema. ¿Hay alguien que piense que los bancos juegan en igualdad de oportunidades con el resto de los ciudadanos? Y, si no se juega en igualdad de oportunidades, ¿cómo se puede después considerar que los resultados son justos? A las direcciones de los bancos, por la dulce oposición de las puertas giratorias, llegan gentes del poder público de las cuales se tiene la certeza moral que han actuado en connivencia con las entidades bancarias. Y, si no fuera así, poco importaría pues los bancos tienen tal dominio, que muy poco les importaría que se promulgaran leyes para controlar su influencia y poder: inmediatamente se inventarían otro procedimiento para tener sometida la voluntad y controlada la vida de los usuarios y ciudadanos. Por si esto fuera poco, cada vez que se produce una crisis en el sistema de bancos y capitales, al primer lugar al que se acude para dar socorro es precisamente al sistema bancario, de tal modo que en muy poco cambian sus preocupaciones cuando vienen mal dadas. De este modo, todo lo que hacen es reciclar el sistema y volverlo a poner a su servicio, mientras el ciudadano corriente se desespera para llegar a fin de mes y se endeuda con ellos hasta las cejas.
Con esta situación lo que se produce es la sujeción de las voluntades, de las costumbres, de los hábitos, de las escalas de valores, y de todo el paso por la vida, a las voluntades y a las decisiones de los consejos de administración de estas instituciones. De esa manera, su poder de decisión en nada se compadece con el poder de opinión y de voto de los ciudadanos normales. El voto del señor Botín valía como el voto de una multitud inmensa de ciudadanos de a pie. La convivencia y la democracia quedan así oscurecidas y casi anuladas y el progreso anda subvertido y a la espera tímida y asustada de lo que decidan ellos. Las personas, en esta situación, no valen lo mismo, y sus decisiones tampoco.
El señor Botín será ensalzado por los botafumeiros del sistema y de él predicarán que trabajaba mucho. A todos ellos les responderé que no lo hacía más horas que cualquier albañil que tenía que venir desde Albacete todos los días a trabajar a Madrid y volverse para casa reventado y a la espera del autobús tempranero de la madrugada siguiente. Los resultados no han sido precisamente los mismos.

Valga pue el árbol del señor Botín, que, como persona, merece los mismos respetos que cualquiera otra, como atalaya para ver el bosque, ese en el que se cruzan los caminos diarios de todos nosotros que, como personas, hemos adquirido una dignidad que de ninguna manera pueden alcanzar las cuentas bancarias de señor Botín ni de ningún otro banquero.

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