domingo, 15 de junio de 2014

Y NUNCA LE COBRÓ...


En el transcurso normal de nuestras vidas, es muy poco frecuente que nos paremos a pensar en las otras posibilidades que pudieron haber sido y que nunca fueron. En realidad, son todas menos esas poquitas que nos han terminado conformando y que nos hacen ser primero que seamos y después que seamos lo que somos y como somos. Tal vez no merezca la pena gastar demasiado tiempo en ellas porque no nos dejarían vivir salvo en el mundo de la imaginación. Sobre todo aquellas que no se produjeron y que no es posible que se produzcan ya.
De esas posibilidades unas son personales y otras afectan a la comunidad en pleno. De entre estas últimas, no pocas las aceptamos como sucesos exactos y verificados, los damos por buenos y actuamos sin ponerles ninguna sombra de duda. Son los tópicos, las verdades generales, las afirmaciones absolutas, los hechos que no se discuten.
En occidente, por ejemplo, casi nadie discute que las bases culturales por excelencia son el mundo clásico y el cristianismo. Con esos dos hechos que, de manera general, parecen incontestables, ni se nos ocurre pensar que pudo haber sido la realidad de otra manera y nadie puede tener la certeza de que las consecuencias hubieran sido más positivas o más negativas. De hecho, una buena parte de la comunidad se instala en el inmovilismo y se aferra a los genéricos de estas afirmaciones para promover que todo siga igual y nada se mueva.
Creo que, en distintos niveles, nos movemos todos entre la necesidad de la continuidad y la precaución por no indagar demasiado en casi nada, por si aparecen elementos que nos conturben y nos desacomoden de esa escala de valores y de costumbres en la que nos dejamos llevar entre la pereza y la falta de ganas.
Durante los últimos días he dedicado algunas horas (además me he sentido casi nada y más natural en el circo de Gredos, en el espinazo de la península, cerca del cielo; he asistido a algunas reuniones sociales sabrosas; he sentenciado un concurso de cuentos…) a leer y a pensar en lo que se deduce de un ensayo escrito por Juan Arias acerca de la figura bíblica de la Magdalena.
En el devocionario popular, esta figura es considerada como una pecadora que es perdonada por Jesús en un momento de gran plasticidad y sensualidad en el que unge y limpia los pies del Maestro; por eso su iconografía y representación popular a lo largo de los siglos nos da lo que nos da en todo tipo de manifestaciones artísticas.
Ya sería muy interesante en este falso perfil, pues introduciría elementos femeninos en la religión de los cristianos, tan reacios siempre a darle importancia a la mujer. Pero es que el asunto resulta mucho más complejo y de alcance incomparablemente más hondo. María Magdalena, que no es esa ocasional pecadora de los ungüentos, resulta ser el personaje femenino más importante de los evangelios. Su origen, su formación, su seguimiento del Maestro, sus relaciones de todo tipo con él, sus intimidades, el hecho de ser la elegida para comunicarle la noticia estandarte de la religión: la resurrección, su influencia en las primeras comunidades cristianas, su empequeñecimiento interesado desde la iglesia ya casi desde los primeros momentos, hasta convertirla en una pecadora arrepentida y toda una serie de elementos importantes todos ellos, la convierten en elemento clave para el conocimiento real de lo que pudo ser y no fue, de otra concepción de la religión cristiana muy diferente a la que terminaron configurando Pablo y Pedro, y después sus seguidores, sobre todo los masculinos.
Y todo ello desde los datos de los evangelios que se dan por buenos e inspirados, que si se acude a los apócrifos (los sinópticos son lo que son, con sus añadidos y supresiones, lo mismo que son lo que son los apócrifos únicamente por la decisión interesada de los representantes masculinos en los concilios y después de varios siglos) entonces las posibilidades se abren hasta las probabilidades y casi hasta las certezas.
En este apuntes se señalan tres cosas: es la primera el hecho de que, de nuevo, nos movemos en tópicos y en afirmaciones que damos por buenos sin analizar con razón y sin prejuicios; la segunda confirma que el sesgo religioso que pudo haberse dado a las iglesias primitivas y posteriores pudo haber sido muy diferente, con guías como esta María de Magdala (más interior, menos jerárquica, más igualitaria, con el conocimiento como base de la perfección y no con el misterio…); la tercera es la observación de que, aunque no se entra a valorar cuál podría haber sido más provechosa, no es difícil imaginarse otras formas más atractivas y que habrían dado otra arista diferente a la vida con base en el conocimiento y en el amor.

Damos por hecho casi todo y en ese duermevela nos embarcamos para sobrevivir y no perecer en el intento. Es comprensible. Pegarle alguna vez un empujón al muñeco y hacerlo menearse para que suelte lastre tal vez no sea tampoco mala cosa. Sobre todo en asuntos que afectan a las creencias y a las prácticas de miles de millones de personas.

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