jueves, 26 de junio de 2014

PALABRA EN EL TIEMPO


El maestro don Antonio Machado proclamó que “poesía es palabra en el tiempo”. Y creo que, como casi siempre, tenía y tiene razón. ¿Qué otra cosa puede hacer el creador que ponerle cara lingüística, simbólica y melódica a lo que el tiempo, su tiempo, le remueve en la conciencia? Tal vez con un doble sentido, el de dar pálpito al tiempo y el de trascenderlo.
Por eso cada segmento temporal tiene su tono, desarrolla sus empeños, se obsesiona con un número pequeño de asuntos y pone un sonido de fondo que suena de una manera especial a medida que se vuelve a él.
He vuelto a darle voz y tiempo a una larga antología de poetas de las primeras promociones de posguerra y tal vez en ellos mejor que en otras promociones se observa cómo marca el contexto y hasta qué punto el creador es esclavo y portavoz a un tiempo de la época en la que vive, sufre, goza y ejerce de dios menor.
Cualquier técnico en la materia sabe (debería saber) que la lucha fratricida dejó dos regueros marcados por la acomodación y por la exclusión, por la afección y por la desafección, por el arraigo y por el desarraigo. Pero me parece que, en realidad, ninguna de las dos maneras de ver las cosas se vio libre de un ambiente como de espasmo, de miedo y de tensión, de susto y de imprecación, de angustia y de no saber muy bien a qué o a quién acudir. Tal vez por eso en todos se rastrea un fondo religioso en el que nadan para hundirse o para mantenerse a flote, para consolarse no se sabe muy bien cómo o para descubrirse solos y desnortados, para refugiarse en el misterio o para exigir responsabilidades.
Estas primeras promociones, en los inmediatos años de posguerra, penas se podían atrever con la visibilidad social, con la denuncia explícita ante la desolación y el desamparo, con el grito ante la injusticia, y, tal vez por ello, buscaron refugio en ese ambiente menos a pie de calle, menos piedra de escándalo como era la religión. Después, los años pasan, las situaciones se recomponen, las tensiones se suavizan, los resquicios se abren y la historia va mostrando otros caminos, también tortuosos y casi interminables, pero que van permitiendo posibilidades hasta llegar a fórmulas menos agónicas y dramáticas.
Uno imagina la situación social y personal de muchos creadores de los años cuarenta y entiende las diferencias de tonos, de temas y de formas con la creación poética actual. Los Celaya, Ángela Figuera, García Nieto, José Luis Cano, Carmen Conde, José María Valverde, Bousoño, José Luis Hidalgo, Rafael Montesinos, José Hierro, Vicente Gaos, Victoriano Crémer, Rafael Morales, Miguel Labordeta, Ramón Garciasol, Gabino-Alejandro Carriedo, Cirlot, Carlos Edmundo de Ory, Chicharro, García Baena, Alfonso Canales, Julio Aumente, Rafael Andújar y tantos otros fueron, como deben ser todos los creadores, testigos especiales del latido del tiempo, de su tiempo, de aquel tiempo tan especial, tan convulso y tan triste. Cada cual en su acomodo, cada uno en su situación personal, más o menos acomodaticia o desarraigada.
Porque el tiempo pasa, que es lo que siempre pasa, pero la palabra permanece, como testigo y muestra reveladora de las tensiones y del latido diario de la comunidad, de cada comunidad y de todos los estratos de la comunidad, también de los menos visibles pero más depositarios de la última y honda realidad.

Hoy acaso leer aquella poesía sea muestra de cómo pasa el tiempo, de qué manera también las formas se renuevan y de cómo las preocupaciones van modificando la escala de preferencias. O eso parece porque, en el fondo, el latido por el misterio y el sentido de la vida, de una vida imaginada más justa y mejorada, sigue siendo el alimento de la palabra, de la palabra en el tiempo.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Y que así siga siendo,independientemente de que cada uno viva su propio espacio temporal, pero la palabra no puede dejar de ser una voz para ser escuchada.