martes, 17 de junio de 2014

FAROS EN LA NOCHE


Si uno sale de casa, se topa con una sucesión de hechos que, en verdad, no le permiten detenerse a contemplarlos de manera sosegada e individual: un escaparate sucede a otro ventanal lleno de objetos, una calle se adosa a la siguiente, y la cara de un desconocido o conocido enseguida da paso a la siguiente, casi sin solución de continuidad. Tampoco hay mucha ventaja si uno decide quedarse en casa y, por inercia, le da por asomarse a la caja tonta, por ejemplo: a un programa le sucede otro al menos tan tonto y tan preparado para personas que no alcancen el nivel del razonamiento ocasional como el anterior, o anuncios no se sabe si pensados para los anteriores espectadores o incluso para una clase inferior.
Pero no todo en la vida es trajín, ajetreo y agitación. Salir con calma al campo y sentarte tranquilo a contemplar el paisaje, y dialogar con él sin condiciones, o quedarte pensando en lo que significa el tiempo contrapuesto entre la naturaleza sólida y el paso de la vida humana proporciona sosiego y pensamiento, el alto necesario para tomar aliento y darle perspectiva a lo que nos empuja  cada día en este griterío  y en este desconcierto en el que parece que todo es de repente y no alcanza ni siquiera el nivel de la descripción, mucho menos el del análisis y el de las conclusiones.
Las personas que merecen mi confianza son las que alzan la vista y miran, las que paran y templan, las que dan la distancia a las cosas para poder medirlas con justicia, las que miran al bosque por encima del árbol, las que vuelven la vista a sus principios, las que, por encima de cualquier detalle, poseen su modelo al que asirse con ganas, las que ponen su acento en la curiosidad, las que se siguen preguntando cosas desde la mañana a la tarde, y las que tratan de ajustar sus actos a alguna verdad más general que sostiene algo de luz en su camino.
Ya sé que esos principios acaso se describen mejor que se concretan, pero sin ellos tal vez todo es camino que lleva a ningún sitio, improvisación desde la nada y consecuencia imbécil que te va arrastrando por la vida según el empuje del viento. Y el caso es que tampoco quisiera uno ponerse muy solemne pues la vida se resuelve al por menor y al detalle de cada momento. Pero algún frontispicio y alguna luz en el techo, dispuesta a marcar senda, parecen buena cosa para volver a ellos.
Cada cual sabrá de dónde sacar ese ramillete de principios que sostengan su vida, que le empujen cada vez que caiga y que le den identidad y poso. La lectura no es mala cosa; la lectura inteligente, por supuesto, que no todo es lo mismo. Y los buenos ejemplos, ese insuperable boca a boca que alimentan todos los sentidos y la experiencia personal.
Algunas personas tan inteligentes como Bertrand Russell se han atrevido a verterlas por escrito, para dejar testimonio de lo que a él personalmente le interesaba y por si alguna otra persona quisiera adherirse a rumiarlas:
“Tres pasiones simples pero abrumadoramente intensas han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad”.
Como este ejemplo se pueden citar muchos más. Alguno, como el de los dos mandamientos fundamentales del cristianismo, deberían (he pensado bien el tiempo verbal) haber conformado la vida de muchos millones de personas durante dos milenios, por ejemplo.

Me quedo pensando en los tres pilares de actuación de Russell. Hay tanto en tan pocas palabras… Como para apenarse por si pierde la roja en el fútbol, la amarilla o la arco iris.

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