jueves, 24 de abril de 2014

LA CULTURA Y EL LIBRO


Ávila sigue siendo hermosa porque yo la hago hermosa con mi satisfacción y mis ganas de seguir yendo a juntarme con los míos, aunque sea solo por unas horas.
Mientras conducía ayer por el amplio y suave valle del Amblés, escuchaba la radio y no oía otra cosa que San Jordi, Barcelona y día del libro. En honor a la verdad -una sola vez y de pasada- escuché decir que también era el día de la fiesta en Aragón y en Castilla-León. Esta desigualdad en la balanza no se produce por casualidad sino que se repite machaconamente con todo lo que tiene que ver en la Península con Cataluña y el País Vasco. Cualquier detalle de esos lugares se convierte en categoría y se le da jabón por todas partes en una falta de pudor que causa sonrojo y mala baba. Naturalmente, hablo por mí y por nadie más. Es el mismo sentimiento que reconozco con todo lo que procede de los Astados Unidos o de Origud. Me parece observar un papanatismo y un falso jaboneo en los medios públicos -tal vez buscando que no se enfaden, vete a saber por qué- que me resulta insoportable. A mí que, cuando aquel asunto de los papeles del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, me declaré públicamente a favor de que se los llevaran porque me parecía -y me sigue pareciendo- un despojo y un robo de un régimen dictatorial que va contra los sentimientos más íntimos de muchísimas familias. En fin, el mundo al revés.
Pensaba también en lo difícil que resulta entender qué significa realmente “cultura”, esa palabra tan manida cuya concreción parece que también se celebraba ayer con el asunto del día del libro.
En sentido amplio, naturalmente que todo es cultura, con tal de que al menos se cultive y se ponga algo de empeño y razón en lo que se hace y no se fíe todo al impulso y a lo que vaya saliendo. De esa manera, tanto es cultura el cultivo de la patata como la Crítica de la Razón Pura.
En sentido más restrictivo, ya me conformaría con que se entendiera por cultura toda la suma de cultivos que nos dan como poso una forma de actuar que se aproxima al sentido común y a cierta civilidad en el día a día y en el trato más cotidiano e inmediato; eso que se sustancia en aparcar bien, ceder el paso, no dar voces, controlar la velocidad, atender a las necesidades de los mayores, no dar portazos, escuchar un poco más y procurar entender que no siempre se tiene toda la razón, no apabullar al de al lado, y, en definitiva, tener en la mente que somos siete mil millones en este planeta y que la convivencia exige algo por parte de todos para que se cumplan los mínimos de la supervivencia. O sea, lo elemental de la alfabetización, lo que no exige dinero, lo inmediato en el sentido común y en la buena voluntad. No sería poco. ¡!Sería un tesoro infinito!!
Solemos aplicar el concepto, sin embargo, a un reducto más estrecho y complicado. Tal vez para enmascarar y dejar en el olvido ese otro campo social que se acaba de apuntar en el párrafo anterior. Sobre todo si desde los poderes públicos se le intenta dar imagen con unos representantes y con unos hechos al menos confusos y sospechosos. Porque, si pensamos en la cultura como lo propio de los más cultos, ¿Qué favorecemos y cómo la concretamos?
No creo que cultura sean las representaciones y las adulaciones que nos llegan y que hacemos de Origud; ni todo el mundo del famoseo que tanto éxito tiene según los índices de audiencia, con sus caras visibles analfabetas de mujeres del partido y de servidumbres del mundo de la publicidad; ni todo lo que procede del mundo de los negocios, que parece que da patente de corso y derecho de pernada a cualquiera que alcance éxito en él; ni a cualquier estampa del mundo de las pasarelas, en el que el esnobismo y los centímetros de insinuación o de descaro de las mujeres y de los hombres del partido (entiéndase bien la intención de este sintagma) es lo que se ensalza; ni, en general, todo lo que tiene su cuna en el mundo de la apariencia y del colorido gaseoso.
Cada cual sabrá qué representación social y política es la que da mejor cobertura a esta burbujeante y falsa apariencia de cultura. Y cada cual sabrá por qué razón quedan fuera de ella los obreros de la ciencia, los que se esfuerzan en el mundo del pensamiento y del bienestar social día tras día con sueldo de simple supervivencia, los que dedican horas al mundo de la sensibilidad sin que casi nadie los tome en serio ni les atienda solo unos momentos, ni los que se alejan de todos los tablados en los que solo el instinto y los dividendos cuentan.
Ayer era el día del libro en cualquier sitio, no solo en Cataluña. Porque, aunque parezca imposible, también existen otros lugares en esta piel de toro tan para el arrastre. Tal vez el mundo del libro, en su creación, en su lectura, en su explicación, en los mundos imaginativos que provoca, en el cambio de vida que siempre propone, no sea el peor exponente de otra manera de entender la cultura, otra cultura distinta, más personal, más reflexiva, y hasta si me apuran más general, popular y gozosa.

En mi propuesta de comunidad ideal, haría leer un libro -no todos son iguales (ese es otro tópico tonto), pero me conformaría con cualquiera- al mes a cada ciudadano y dar cuenta de esa lectura ante los demás. Creo que ganaríamos todos mucho. Y gastaríamos mucho menos tiempo del que pudiera parecer. 

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