lunes, 17 de marzo de 2014

EL ESTANQUE DORADO


La vida se sirve de mil maneras para presentarnos su realidad, que es la nuestra, la que nos va haciendo sabedores de algo de lo que somos, de algo de lo que querríamos ser y de algo de lo que nunca seremos. Seguro que solo hay que estar atentos y poner en orden nuestras antenas, nuestros sentidos, y sobre todo ese último sentido al que siempre conviene acudir y que llamamos sentido común.
Paso algunos fines de semana en Madrid y casi todos aprovecho para asistir a alguna representación teatral. En Madrid, como en todas las grandes ciudades, anida todo, lo mejor y lo peor, lo ocasional y lo permanente, lo claro y lo turbio, lo portentoso y lo mostrenco, lo más estilizado y lo más grosero. Y hay gente para todo, como si el mundo entero estuviera en la calle para verse y para sentirse próximos unos a otros.
En el teatro, unas veces acierto y otras no tanto; acaso porque también importa, y mucho, el estado de ánimo con el que, como espectador, me acerco a las salas. Pero suelo tener bastante suerte. Eso que le debo a mi familia, que me lo dispone todo -hasta su mejor disposición- para que yo me encuentre muy a gusto.
El sábado asistí en el teatro Bellas Artes a la representación de la obra “El estanque dorado”. Fue un festín de teatro, de texto, de dicción, de personajes, de ambiente y de sensibilidad. Pocas veces tiene uno la suerte de ver y de sentir la presencia conjunta de Lola Herrera y de Héctor Alterio encima del escenario. Este actor argentino me parece que, a día de hoy, se encuentra en el cenit de su fuerza interpretativa y de sus cualidades teatrales: ritmo, gestos, vocalización, intensidad, movimientos, silencios…, todo, absolutamente todo. Sublime. La réplica de Lola Herrera también está a la altura.
Pero fue festín también para los sentidos y para el pensamiento, que, al fin y al cabo, es algo que perdura un poco más y que se ofrece a cualquiera para ser rumiado. Se escenificaba la situación vital de dos ancianos en la que, cada uno con su carácter (más brusco en él, más vitalista y positivo en ella), hacían frente a ese trance en el que casi todo queda por detrás y poco por delante. A pesar de todo, tienen que andar esa última etapa mirando tanto al pasado como al futuro. Es, ni más ni menos, esa situación en la que todos, o casi todos, terminamos por encontrarnos por imperativos vitales. Los contrastes entre sus caracteres, el ánimo diferente que animaba a cada uno de ellos, el empuje desigual que manifestaban, sus roces con la vida llevados de manera desigual, la mayor o menor intensidad racional o emocional que le echaban a la vida… proponían un panorama del que nadie se podía escapar sin darse por aludido e invitado a reflexionar. El autor del texto anduvo muy fino al presentar un hecho tan dramático con formas de desigualdad, buscadas en el cambio continuo del tono trágico al cómico.
Vi gente cerca de mí que lloraba y que reía indistintamente. Y no me extrañó nada que afloraran así los sentimientos. Porque somos nosotros y son los que nos rodean, los que nos rodearon y los que estarán, tal vez pronto, cerca de nosotros.
Y es que el tiempo -otra vez el tiempo- nos va haciendo fotos de un álbum que va del color al blanco y negro, pasando por el gris con muchas páginas. También en las últimas páginas, esas que se tambalean entre los recuerdos, la falta de pudor y la expresión directa, las deficiencias, los olvidos y el poso de ternura que queda como rescoldo si se ha sabido cultivar.

Todos podemos hacer nuestro pequeño estanque dorado junto al que sentarnos y darnos un abrazo. Para recordar, para desengañarnos, para engañarnos también, para sentirnos más presentes, para pedir ayuda, para entender que, a pesar de todo, bien merece la pena echarle un guiño a la vida y reírnos un poco, también en medio de la amargura.

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