viernes, 6 de diciembre de 2013

MADIBA: PEACE AND FREEDOM


África, imaginada desde aquí, está en el culo del mundo, allí donde el mar se parte en dos y la tierra se rinde porque no puede indagar más adentro y deja todo el dominio a las profundidades, donde los aventureros perdían la señal de lo medible y se enfrentaban a lo desconocido, en su viaje a no se sabía dónde, el territorio que se opone al de aquí mismo porque se empeña en convertirse en verano cuando aquí se asoman los fríos y el invierno, el último salto desde la última roca y la primera defensa contra el mar y su empeño de las olas.
Quiero decir que África me queda lejísimos en el espacio, en el territorio de los sucesos que me raspan por su frecuencia en imágenes, y que asocio sin querer la lejanía en el espacio con la bruma del tiempo. Y menos mal que los tambores resonaron hasta la extenuación con aquello del mundial de fútbol.
Pero los símbolos son más símbolos precisamente cuanto menos se dejan abarcar y someter. Si a un héroe de la antigüedad clásica lo invitáramos a una fiesta nuestra, es casi seguro que lo mandábamos de vuelta despedazado y convertido en un ser vulgar y lleno de defectos, aminorado hasta las medidas de un  simple humano con dificultades para llegar con decoro a fin de mes en lo material y en lo moral. Desde la distancia todo es otra cosa.
Madiba es un símbolo hermoso de casi todo el índice de deseos inalcanzables del ser humano; por eso es mejor que siga en la distancia, para que no le salgan a la piel las arrugas que todos tenemos, incluso él que tanta dignidad derrochó en su vida.
No conozco muchos más detalles que el común de los mortales acerca del desarrollo de su vida: 46664, cárcel, resistencia pasiva, integración, perdón sin olvido, reconciliación…, y algunas otras cosas de menor valía. Me bastan para aplaudir la existencia de seres que defienden, como sin esperar recompensa y sin aparentes heroicidades, los ideales en los que creen, que levantan la mirada y descubren la existencia de la pluralidad comunitaria, que adivinan que en la escala de valores aquello de ganador y de perdedor no está en la cúspide precisamente, que defender las convicciones propias no implica la eliminación del contrario ni su escarnio público, que el patrón humano en nada se diferencia por el color, por la religión ni por el poder económico, que gastar la vida por alcanzar el poder no es más que la mayor muestra de debilidad y de pobreza…
Todo eso es lo que me interesa de gente como Nelson Mandela. Porque, si Mandela se ha convertido en símbolo, es porque pone rostro a toda la gente normal que, en su pequeño mundo, lucha y defiende los mismos ideales; él es la voz del coro, pero la voz real es muy variada y anda dispersa por todo este mundo que habitamos. A veces se llama Mandela pero otras veces tiene nombres y apellidos de aquí y de ahora mismo. La lista no cabe en los medios, pero es larga y hermosa. Esos medios que se compungen y llenan las portada con la imagen del símbolo, pero que mañana mismo se olvidarán de él y volverán a dar sitio a los amos de la pasarela, de la fama y del dinero, y volverán a la lucha por el poder más sórdido y encarnizado. Y muchos de los representantes públicos, que dicen admirar a Mandela, que mandan condolencias lloriconas pero que, en la vida diaria actúan con valores totalmente contrarios a los que representa Madiba.
He visto una imagen de Mandela arrimado a una pared, con una gran pintada en la que rezaba este eslogan: Peace and freedom. Paz y libertad. No es precisamente mal objetivo ni mal modelo de vida. Por él luchó Mandela y por él habrá que seguir trabajando cada día si este mundo quiere sentirse un poco más tranquilo y menos esclavo

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