domingo, 29 de diciembre de 2013

LAS ÚLTIMAS PÁGINAS


Se le caen las últimas páginas al libro de 2013, como se les desploman las postreras hojas perezosas a los plataneros. Pero, mientras las hojas de los árboles se renuevan en silencio y nos dan una tregua en espera de su resurrección a la vida, las del calendario no son más que un suma y sigue en la partición inútil del tiempo, de esa cosa extraña, constante e interminable que llamamos tiempo. Aquí no hay ni tiempos muertos ni descansos ni intermedios: todo sigue su ritmo y su causa como si no tuviera conciencia ni se dejara moldear por nadie. Y mira que lo intentamos pues acaso es lo único que hacemos, o intentamos, en nuestra estancia en esto que llamamos vida.
Se nos van las horas, se nos van los días, se nos van los meses, se nos van los años… Se nos va la vida, nuestra conciencia de ser y de existir, nuestra insatisfacción y nuestra  conciencia de que andamos por ahí, en medio del todo y de la nada, en el increíble vértigo del tiempo y del espacio.
Tal vez por ello, acobardados, o animosos, o tal vez gozosos y hasta eufóricos, reunimos y tanteamos el pasado en sus recuerdos más sonados y vigorosos, aquellos que han sido capaces de dejar huella en nuestra continuidad y en el poso que nos hace creer que seguimos siendo algo y siempre lo mismo. O alargamos la mano al futuro, como si, ilusos, pudiéramos algo con él, contra él o sin él.
¿Somos lo que hemos sido, lo que somos o lo que queremos ser? Difícil cuestión. Por eso hay que dar por bueno cualquier recuento, cualquier descripción que no se aleje del sentido común y cualquier deseo que no se vaya lejos de la posibilidades más comunes. Miro y resumo el año que se va, me siento en la situación actual  e imagino algo del futuro en deseos y en ganas.
Ahorro los detalles pero, en medio de este mundo, me siento desnortado, marginado y marginal, desapruebo buena parte de su escala de valores y, a pesar de todo, me sigo sintiendo un privilegiado. Me alcanza para comprar lo que necesito para la supervivencia, no me encuentro mal de salud, tengo cerca algunas personas que me aguantan y creo que hasta me quieren, no poseo aspiraciones de esas que me obliguen a someterme a las obligaciones de esta sociedad de cuya escala de valores reniego, soy dueño de tiempo libre, cultivo algunas aficiones con las que me siento reconfortado… ¿Qué más puedo pedir?
Pero, como sé que la vida se mide también en parámetros colectivos y también me declaro antisistema, me gustaría que cambiara el que me acoge y me soporta, y me gustaría que se cambiara por otro más habitable y menos egoísta, más basado en la competencia y menos en la competitividad, más anclado en el ser humano con valores de igualdad y menos en la clasificación según las cuentas corrientes, más reducido al sentido común y a la buena voluntad como normas de conducta de cada ciudadano.
Como sé que estos son deseos generales, debería intentar aplicármelos a mí mismo y a mi propia conducta, esa conducta que me debería llevar a alejarme y a perderme en el tiempo con tranquilidad y algún grado de serenidad y de resignación ante lo que no dependa de mí,

Vuelvo a hacer mío el viejo lema de aspirar a querer y a ser querido como bien más preciado. De cómo sea ese querer y ser querido ya dará cuenta el tiempo. Porque amanecerá Dios y medraremos. 

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