sábado, 19 de octubre de 2013

YO LO QUE TIENE IMPORTANCIA, ELLA TODO LO IMPORTANTE


Escribía David Hume (estos días he vuelto a su Tratado de naturaleza humana) lo siguiente:
“Poseemos tres especies distintas de bienes: la satisfacción interna de nuestra mente, la buena disposición externa de nuestro cuerpo y el disfrute de las posesiones adquiridas por nuestra laboriosidad y fortuna. No tenemos nada que temer con respecto al disfrute de la primera. La segunda nos puede ser arrebatada, pero no puede servirle de ventaja a quien nos prive de su uso. Solo la última clase de bienes se ve expuesta a la violencia de los otros y puede además ser transferida sin sufrir merma o alteración; al mismo tiempo, nunca se tiene una cantidad de bienes que satisfagan a cada uno de nuestros deseos y necesidades. Por consiguiente, de la misma manera que el fomento de estos bienes constituye la ventaja principal de la sociedad, así la inestabilidad de su posesión, junto con su escasez, constituyen el principal impedimento de esta.”
Apurar explicaciones de este tipo en momentos como el que vivimos, en el que casi todo el mundo no llega ni al ojo, y de ninguna manera presiente la luna, tal vez sea un ejercicio inútil. Pero, si perdemos la perspectiva, entonces sí que nunca lograremos dar un salto de calidad para alcanzar un poco de alcance en los juicios y en las actuaciones.
Han pasado muchos años desde la puesta negro sobre blanco de esta reflexión y no sé sí es la más correcta, pero no me importa firmarla como tal. Al fin y al cabo, nuestro cuerpo es lo más próximo que poseemos, la mente es acaso ese último grado de complejidad y de reflexión al que todos los humanos podemos acceder y los bienes son esos elementos de discusión eterna por los que disputamos, luchamos y hasta matamos. En el fondo, no es otra cosa que la presentación en noble de aquel “tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor…”
Tengo para mí que la parte más personal e intransferible es la de la satisfacción interna de nuestra mente. Ahí sí que tenemos una fosa que rodea nuestro castillo y lo hace, si queremos, inexpugnable. Lo demás lo veo todo en el mercado y en la compraventa, en las influencias y en las presiones externas. Por supuesto, con diferencia, eso del disfrute de las posesiones adquiridas. ¿De qué posesiones se puede hablar? ¿Cómo se han adquirido esas posesiones? ¿Se le puede hablar a una buena parte de la población sencillamente de posesiones? Y, ojo, que sin un nivel mínimo de posesiones, hablar del disfrute del cuerpo resulta tal vez quimérico, por más que cada cual se sienta dueño de su cuerpo.
¿Por qué si el disfrute de la mente es el bien más personal e intransferible no lo gozamos y lo explotamos más? ¿Por qué no le damos el valor que se merece? ¿Por qué apenas guarda relación su posesión y su disfrute con la importancia que le damos a la posesión de los otros dos bienes? ¿Nadie se da cuenta de que es el más universal y el más barato?
Es verdad que, sin el nivel mínimo del gozo del cuerpo y de alguna posesión, el gozo de la mente se hace casi imposible, pero, a partir de ese nivel mínimo, los términos se deberían invertir y deberíamos aplicarnos más a la mente, a su desarrollo y a sus frutos.
Esta mañana discutíamos en una reunión acerca de la conveniencia de vender textos (un ejemplo de posesión, aunque cultural) prácticamente regalados por la constancia de que, de otra manera, no llegan a la gente pues nadie los compra. Al terminar la reunión fuimos a tomar una caña con pincho. El coste de cada una era superior al precio que terminamos poniendo a cada libro.

 Pues eso.

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