La elección de la sede olímpica
para la fecha de no sé cuántos me pilló en Málaga, olvidado de casi toda la
monotonía del mundo y mirando a la esencia de los mares y a la descalcificación
de la memoria. ¡Que le dan los Juegos a Madrid! ¡Que esta vez no falla!
A eso de las nueve alguien se
dejó decir que las ilusiones se habían desvanecido a las primeras de cambio y
que hasta Estambul se había puesto por delante. Vaya por dios. Desilusión,
gente cabizbaja, manifestaciones de sorpresa y de desconsuelo, improperios al
COI y, muy pronto, descalificaciones a los miembros de la delegación española.
Cuando se divulgó lo de “a relaxing cup of café con leche”, el despiporre y el
desenfreno fue general en los medios: el ingenio de esta cultura tiene estas
consecuencias maravillosas. Yo mismo volví al mundo de cada día para considerar
un rato esto de las olimpiadas en sus valores y en sus contravalores. Y me harté
de risa y de revancha emocional, casi catártica, con estas deficiencias de la
alcaldesa Botella, no tanto por la anécdota como por venir de los que se pasan
la vida sacando pecho, exhibiendo currículo y mirando por encima del hombro a
los demás. Pobrecitos ellos, qué pobreza y qué ridículo. Luego vinieron los
detalles, esos que nos van descubriendo los entresijos de estas peticiones en
millones de euros, en comilonas a todo trapo y en intentos de soborno por todas
las direcciones del orbe a esos tripones del COI que nadie sabe cómo se nombran
entre ellos mismos ni ante quién responden de sus actos. El oscurantismo de
todo este mundo seguramente supera al de los arcanos religiosos, pues sus
iniciados bien saben que, también en estos ámbitos, todos los caminos llevan a
la compraventa y que los caminos del soborno son infinitos. Así que a
conjeturar y a poner cara de contubernio a cada una de las acciones que cada cual
quiera imaginarse.
A los pocos días (todo el verano
a la sombra de la montaña y, a última hora, de acá para allá todo el tiempo) me
ha tocado ir a Madrid de fin de semana, a la sede de la desilusión, al
rompeolas y capital de todas las Españas, al centro y al centralismo, al ojo de
todas las miradas, a esa madrastra de todos los rincones tan querida y
rechazada a la vez. Pensaba en cómo me la iba a encontrar en su melancolía y en
su resaca. Pues la hallé moza y jaranera, trasnochadora y bulliciosa, con su
cielo de preotoño velazqueño y purísimo y con el tiempo sin cuadricular pues
hay gente para llenarlo todo y en todo momento: allí los museos; y los
almacenes comerciales, reflejo fiel de esta armadura loca del mundo sin bozal
del capital; y el Brujo en su función de mejor juglar de España, como siempre
(nunca he visto explicar la Odisea con tanta claridad, expresividad y
divertimento como el sábado día 14 de septiembre en el teatro Alclá de Madrid);
y allí la noche eterna como el día; y allí los parques amplios; y allí la sede
inmensa de todos los deportes; y allí la vida siempre derramándose por todas
las esquinas, entre luces y sombras y entre sonrisas y lágrimas.
Parece una evidencia que, si el
bombo hubiera dicho sí, la ilusión se hubiera disparado, las penas se hubieran
llevado mejor con un poco de pan del de mentira y el españolito habría pensado
que algo de luz se colaba por los claroscuros de sus entretelas. Total para
olvidar otros manejos, para dar de lado a muchos malos datos y para sustituir
la falta de ilusión en lo nuestro por ilusionarnos con lo que nos ofrecen
otros.
Como la suerte se mostró esquiva,
habrá que diluir en la resaca los ardores de estómago, los restos del hartazgo
y empezar a convivir con esa especie de desgana que produce la monotonía y el
oscuro vivir de cada día, cuajarnos en la dura realidad y encarar el futuro con
algo de realismo y de ironía. Al fin y al cabo, “a relaxing cup of café con
leche” en la Plaza Mayor de Madrid, mientras los negros del top manta se afanan
en poner verdad a la vida o parejas de enamorados de todo tipo se comen a besos
en los soportales, es un remedio estupendo.
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