martes, 30 de julio de 2013


                “YO VOY SOÑANDO CAMINOS…”
Ni siquiera en el posmodernismo, época y dimensión en las que todo parece que se disuelve y se rebaja desde lo absoluto hasta lo absolutamente relativo, se deja de indagar para tratar de establecer algunas verdades comunes, algunos puntos de enganche a los que podamos sujetarnos todos, algunas afirmaciones que no se sometan continuamente a discusión, algunas verdades reservadas y admitidas sin demasiados reparos. Siempre estará condenado al fracaso dicho intento pues de la mente humana, llena de defectos y relativa y pobre siempre, no podrán salir verdades absolutas que excedan la propia capacidad humana (Ahí está la creación de algún dios absoluto y la chapuza que nos ha salido). Pero el empeño y el esfuerzo y las ansias por la vida y el misterioso jugo de seguir adelante siguen ahí, con su aguijón picando y picando, sosteniendo un sombrajo que, a pesar de todo, necesita estar en pie para que el futuro pueda al menos ser contemplado como posible.
La Historia nos demuestra que esas verdades cada vez se van concentrando más en elementos próximos, cercanos a las posibilidades de la mente, casi alcanzables en la teoría, defendibles desde una lógica más o menos trabada y demostrable. Hemos pasado del caos al mito, de los mitos a la religión, de la religión a la razón, y de la razón a todo eso que se mueve en la relatividad de lo posmoderno. Como todo lo que sucede se produce en el tiempo y en el espacio, esos dos conceptos que nadie termina por sujetar definitivamente, andamos intentando apagar las voces de la duda en ellos mismos para situar esas cuantas verdades a las que aspiramos y que, acaso, no son más que simples ilusiones.
Sea como sea, el caso es que, en cualquier campo de la expresión vital y cultural, nos solemos mover a partir de una suma de conceptos asimilados, analizados, o simplemente asumidos en el subconsciente, que llamamos ideal, ejemplo o modelo.
En el campo de las artes le ponemos el rótulo de canon: el canon musical, el canon pictórico, el canon literario, el canon de la moda… (No me resisto a escuchar de fondo el Canon musical de Pachelbel).
Pero la vida se concreta en imitaciones y en aproximaciones solamente; los modelos son imitados pero no repetidos, pues la mano del imitador siempre dirige la batuta a su manera y en sus posibilidades. Y así nos encontramos con obras que, aunque se mueven en aspiraciones idénticas, se resuelven en realidades finales diferentes. No hay perfección real, solo posible, sencillo devaneo en busca de lo eterno, camino sin final, lucha sin premio.
Quizás tampoco es malo que así sea. Imaginar vencida la belleza nos llevaría al hastío pues, una vez vencida y dominada, todo se iría en mirarla y repetirla. Y eso es cosa de dioses. No es malo perseguirla, fijarse en la fealdad, siempre diversa, personal y distinta, cambiante y desigual.

Y desde todas ellas, aspirar a la búsqueda continua de otro nivel más alto y transparente, a otro concepto más purificado, a una tarde mejor que la mañana y a un desgaste continuo en la superación. Anda el patio con más luces que sombras. Una luz más diáfana se nos puede colar por cualquier sitio. Habrá que perseguirla.

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